Nelson Osorio Marín
Estiré la mano y lo toqué. Sobresaltado encendí la lámpara y… allí
estaba, flotando a unos centímetros del piso, con su título reluciente: Cien
años de soledad.
Lentamente me acerqué y cuando creí que eran el
momento y la distancia apropiados me descargué sobre él. Inútil. Permaneció
suspendido en el aire. Al cabo de cierto tiempo –y sin que mediara mi
intervención– se posó en el piso. Lo palpé y lo releí renglón por renglón,
cuidadosamente. Todo igual, excepto algo: no estaba Remedios la Bella.
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