Inés Arredondo
A la vita
Estaba sola. Al pasar, en una estación del metro de
París vi que daban las doce de la noche. Era muy desgraciada por otras cosas.
Las lágrimas comenzaron a correr, silenciosas.
Me miraba. Era
un negro. Íbamos los dos colgados, frente a frente. Me miraba con ternura,
queriéndome consolar. Extraños, sin palabras. La mirada es lo más profundo que
hay. Sostuvo sus ojos fijos en los míos hasta que las lágrimas se secaron. En
la siguiente estación, bajó.
No hay comentarios:
Publicar un comentario