Bárbara Jacobs
Por diferentes delitos, la condenaron a cadena perpetua más noventa y seis
años de estricta prisión.
Como era joven, los primeros cincuenta los pasó viva.
Al principio no faltó quien la visitara; en varias ocasiones concedió ser entrevistada,
hasta que dejó de ser noticia. Su rutina sólo se vio interrumpida cuando, durante
los últimos años y a pesar de que las autoridades la consideraron siempre una mujer
sensata, fue confinada en el pabellón de psiquiatría. Ahí aprendió cómo entretenerse
sin necesidad de leer ni escribir, acaso ni de pensar. Para entonces ya había prescindido
del habla, y no tardó en acostumbrarse a la inmovilidad. Al final parecía dominar
el arte de no sentir.
Cuando murió la llevaron, en un ataúd sencillo, a una
celda iluminada y con bastante ventilación, en donde cumplió buena parte de su condena;
a lo largo de este periodo, el celador en turno rara vez olvidó llevarle flores,
aunque marchitas, obedeciendo la orden, transmitida de sexenio en sexenio de mantenerla
aislada, si bien no por completo.
Hace poco, debido a razones de espacio, las autoridades
decidieron enterrarla; pero, con el fin de no transgredir la ley y de no conceder
a esa reo ningún privilegio, acordaron que el tiempo que le faltaba purgar fuera
distribuido entre dos o tres presas desconocidas que todavía tenían muchos años
por vivir.
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