Joan Perucho
El
“olocanto” es un árbol que anda, de instintos terribles y destructores, muy
peligroso, pues ataca especialmente al hombre mediante un aguijón retráctil y
veloz de unos tres metros de longitud. Fue descubierto por san Jerónimo, cuando
hacía penitencia en el desierto, un día de mucho calor y en el que resultaba una
bendición del cielo hallar un poco de sombra, fresca y rumoreante. De la
desconocida existencia e imagen del “olocanto” se ha aprovechado,
recientemente, el escritor inglés John Wyndham montando, en su novela The
day of the triffids, la peregrina y fantástica figura del “trífido”, planta
que vejatoriamente reputa industrial, pero que, no obstante, llega a dominar al
mundo. Salimos al paso de esta vulgar invención para establecer el verdadero
origen de esta gran planta o arbusto, cuyo nombre histórico, como hemos dicho,
es el de “olocanto”.
Crónicas bizantinas muy antiguas pretenden
que Simón el Mago tenía ya un “olocanto” para su uso particular, al que llevaba
atado al extremo de una pértiga, notablemente más larga que el aguijón del
fiero vegetal, y dichas crónicas pretenden que, con él, Simón el Mago tenía
amedrentado al emperador Nerón, el cual, el día que, por vez primera, lo vio,
tuvo un susto tan grande que se atragantó con el hueso de una ciruela que
estaba comiendo, y ello con tan mala fortuna que casi se ahoga miserablemente a
no ser por el médico griego Philotetes, que desobturó rápida y hábilmente la
regia garganta. Nerón, que como ustedes saben, además de refinado, era un
reprimido sexual –sea esto dicho con la venia del padre Jordi Llimona–, juró
vengarse, cuando se terciara, con un lujo delicado y elegante.
Sin embargo, como ya he adelantado al
principio, fue san Jerónimo quien, por primera vez, se encontró cara a cara con
un “olocanto” que vagaba distraídamente por el desierto de Chalcis, en donde el
santo ejercía de anacoreta. La sorpresa fue mutua. El horrible vegetal, que se
sustentaba sobre tres raíces-patas y andaba con un movimiento de vaivén –hacia
atrás y hacia adelante– verdaderamente abominable, se detuvo, y algo debió
prevenirle de la excepcional condición del santo, pues se arrastró humildísimo
a sus pies. Jerónimo le alargó un cuenco de leche de camella, que fue
ingurgitando con precipitada delectación, tras lo cual el “olocanto”
desapareció velozmente más allá de una colina, después de hacer tres corteses
reverencias. A san Jerónimo le dio mucho que pensar esta extraña aparición, y
quedó marcado por ella toda su vida, como es posible observar en la Altercatio
Luciferiani et Orthodoxi y, sobre todo, en su polémica con Rufino a
propósito de Orígenes, traducida en su De Principiis y en la célebre y
vehemente carta que dirigió a Rufino tratándole de mentiroso, doblado, perjuro
y aun hereje.
Por las noticias que tenemos, el “olocanto”
se dirigió después a Antioquía, lugar donde realizó una espeluznante matanza
con su mortífero aguijón. Los eruditos estiman que es a esta catástrofe a la
que se refiere el poeta Meropius Pontius Paulinus, más conocido por Paulino de
Nola, cuando escribe:
Ecce repente mis
estrepitum pro prostibus Audit
et pulsas resonare fores, quo territus amens
exclamat, rursum sibi fures adfore credens…
ser nulla fine manebat
liminibus sonitus…
Parece
ser que muchos magos malvados han utilizado el “olocanto” para fines
execrables, como lo son los asesinatos a mansalva, provocar la locura
frenética, etc. Lo cierto es que el “olocanto” aparece muy de tarde en tarde, o
lo máximo en grupos de tres, y en sitios muy distantes unos de otros. Apenas se
sabe nada de su naturaleza, salvo que le gusta la música y, modernamente, el
fútbol, pues en 1932 se vio surgir, por encima de las graderías del estadio San
Siro de Milán, la cresta de un “olocanto”, mientras se celebraba el encuentro
entre el Arsenal de Londres y el Inter. La policía lo buscó y lo rebuscó sin
resultado alguno, y la prensa internacional criticó duramente a las autoridades
fascistas, cuya falta de previsión y diligencia había estado a punto de
provocar una hecatombe. Sin duda, el “olocanto” se disimuló en un jardín o un
parque público, mientras pasaban las patrullas de policía, bomberos, camisas
negras y “balillas” entonando épicamente la “giovinezza”, en espera de que
llegara la noche para salir al campo.
Aparte de las salidas históricas del “olocanto”
(hundimiento del Imperio de Occidente, el “saco de Roma” por Carlos V, derrota
de Napoleón en Waterloo, etc.), hace unos días se ha señalado su presencia en
París, a raíz de las huelgas revolucionarias. Su espantable imagen se localizó
en los barrios de Menilmontant y en Saint-Germain-des-Prés, sin duda dispuestos
a todo. Las desgracias pudieron evitarse merced a la reacción conjunta de los
estudiantes y las fuerzas del orden –único momento de colaboración–, lo cual
puso en fuga a los árboles asesinos. Por cierto que uno de ellos, al parecer de
carácter melancólico y sensible, fue hallado en el vestíbulo del cine Boul-Mich
cuando contemplaba los procaces fotogramas de una película “sexy” japonesa. Se
produjo entonces una gran confusión, debido a la cual el “olocanto” pudo huir
disfrazado de policía. Hay quien asegura que incluso se apoderó de un coche
celular, lanzándose vertiginosamente a través de las barricadas. Si ello es
cierto, tendremos una prueba de que el “olocanto” además de peligroso, es un
ser dotado de una alarmante y superior inteligencia.
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