Sergio Ramírez
Sinesios de Cirene, en el siglo XIV, sostenía en su Tratado sobre los
sueños que si un determinado número de personas soñaba al mismo tiempo un hecho
igual, éste podía ser llevado a la realidad: “entreguémonos todos entonces, hombres
y mujeres, jóvenes y viejos, ricos y pobres, ciudadanos y magistrados, habitantes
de la ciudad y del campo, artesanos y oradores a soñar nuestros deseos. No hay privilegiados
ni por la edad, el sexo, la fortuna o la profesión; el reposo se ofrece a todos:
es un oráculo que siempre está dispuesto a ser nuestra terrible y silenciosa arma”.
La misma teoría fue afirmada por los judíos aristotélicos
de los siglos XII y XIII (o Sinesios la tomó de ellos) y Maimónides, el más grande,
logró probarlo (según Gutman en Die Philosophie des Judentums, Munich, 1933),
pues se relata que una noche hizo a toda su secta soñar que terminaba la sequía.
Al amanecer, al salir de sus aposentos se encontraron los campos verdes y un suave
rocío humedecía sus barbas.
La oposición política de un país que estaba siendo gobernado
por una larga tiranía quiso experimentar siglos después las excelencias de esta
creencia y distribuyó entre la población de manera secreta unas esquelas en las
que se daban las instrucciones para el sueño conjunto: en una hora de la noche claramente
consignada, los ciudadanos soñarían que el tirano era derrocado y que el pueblo
tomaba el poder.
Aunque el experimento comenzó a efectuarse hace mucho
tiempo, no ha sido posible obtener ningún resultado, pues Maimónides prevenía (parágrafo
XII) que en el caso que el objeto de los sueños fuera una persona, debería ser sorprendida
durmiendo.
Y los tiranos nunca duermen.
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