Isaac Asimov
–Pero son dos
especies –dijo el capitán Garm, estudiando las criaturas que le habían llevado desde
el planeta.
Hinchó sus órganos ópticos y los enfocó en resolución
máxima. Hizo relampaguear la franja cromática.
Botax se alegraba de seguir nuevamente los cambios cromáticos
después de pasarse meses en una célula espía en el planeta, tratando de interpretar
las ondas sonoras moduladas emitidas por los nativos. Comunicarse por relampagueos
era casi como estar en casa, en el lejano brazo Perseo de la galaxia.
–No son dos especies –le corrigió–, sino dos formas
de una especie.
–Pamplinas, son muy diferentes. Vagamente perseicas,
gracias a la Entidad, y no tan repulsivas como otras formas de vida exteriores.
Contornos razonables, extremidades reconocibles. Pero sin franja cromática. ¿Pueden
hablar?
–Sí, capitán Garm. –Botax se permitió un intervalo prismático
discretamente reprobatorio–. Los detalles constan en mi informe. Estas criaturas
forman ondas sonoras mediante la garganta y la boca, una especie de tos complicada.
–Yo mismo he aprendido a hacerlo –añadió con sereno
orgullo–. Es muy difícil.
–Revuelve el estómago, Bien, eso explica sus ojos planos
y no extensibles.
–Como no hablan cromáticamente, los ojos son casi inservibles.
Ahora bien, ¿por qué insistes en que son una sola especie? El de la izquierda es
más pequeño, sus zarcillos, o lo que sean, son más largos y las proporciones parecen
ser diferentes. Tiene bultos y el otro no. ¿Están vivos?
–Vivos, pero inconscientes, capitán. Los han sometido
a tratamiento síquico para impedir que se atemoricen, con el fin de facilitar nuestros
estudios.
–¿Pero vale la pena estudiarlos? Vamos retrasados y
nos quedan por lo menos cinco mundos de mayor relevancia para investigar y explorar.
Mantener una unidad de estasis temporal es costoso, así que me gustaría devolverlos
y continuar…
Pero el cuerpo húmedo y esmirriado de Botax vibraba
de ansiedad. Sacó la lengua tubular y la curvó sobre la nariz chata, volviendo los
ojos hacia dentro. Extendió la mano de tres dedos en un gesto de negación, mientras
su lenguaje pasaba casi totalmente al rojo profundo.
–La Entidad nos guarde, capitán, pues ningún mundo posee
mayor relevancia que éste para nosotros. Tal vez nos estemos enfrentando a una crisis
suprema. Estas criaturas pueden ser las formas de vida más peligrosas de toda la
galaxia, capitán, precisamente porque existen dos formas.
–No te entiendo.
–Capitán, he estado trabajando en el estudio de este
planeta y me ha resultado de lo más difícil, pues es único. Es tan único que apenas
comprendo ciertas facetas. Por ejemplo, casi toda la vida del planeta consiste en
especies que tienen dos formas. No hay palabras para describirlas, ni siquiera conceptos.
Sólo puedo referirme a ellas como forma primera y forma segunda. Si me permites
emplear sus sonidos, la pequeña se llama “hembra” o “mujer” y la grande, “macho”
o “varón”; de modo que las criaturas mismas son conscientes de esa diferencia.
Garm hizo una mueca de disgusto.
–Qué desagradable medio de comunicación.
–Además, para producir vástagos ambas formas deben cooperar.
El capitán, que se había inclinado para examinar a los
especímenes, con una expresión que combinaba el interés con la repulsión, se enderezó
de inmediato.
–¿Cooperar? ¿Qué tonterías dices? No hay atributo de
la vida más fundamental que el hecho de que cada criatura viviente produzca sus
vástagos en íntima comunicación consigo misma. ¿Qué otra cosa hace que valga la
pena vivir la vida?
–Una de las formas produce el vástago, pero la otra
debe cooperar.
–¿Cómo?
–Me resultó difícil determinarlo. Es algo muy privado
y en mi búsqueda por la literatura disponible no encontré una descripción exacta
y explícita. Pero he podido realizar deducciones razonables.
Garm meneó la cabeza.
–Es realmente ridículo. La floración es el acto más
sagrado y más privado de todos. En decenas de miles de mundos es igual. Como dijo
Levuline, el gran fotobardo: “En tiempo de floración, en tiempo de floración, en
el dulce y delicioso tiempo de floración, cuando…”
–Capitán, no lo entiendes. La cooperación entre ambas
formas produce (no sé exactamente cómo) una mezcla y una recombinación de genes.
Es un recurso por el cual cada generación crea nuevas combinaciones de características.
Las variaciones se multiplican y los genes mutantes se expresan casi de inmediato,
mientras que con el sistema de floración deben transcurrir milenios.
–¿Me estás diciendo que los genes de un individuo se
pueden combinar con los de otro? ¿Sabes lo ridículo que es eso, a la luz de todos
los principios de la fisiología celular?
–¡Pero tiene que ser así! –se defendió Botax, nervioso,
bajo la mirada atónita del otro–. La evolución se acelera. Este planeta es una turbamulta
de especies. Se supone que hay un millón y cuarto de especies de criaturas.
–Lo más probable es que se trate de una docena y cuarto.
No aceptes sin reservas lo que lees en la literatura nativa.
–Yo mismo he visto docenas de especies en una pequeña
zona. Créeme, capitán, en poco tiempo estas criaturas se mutarán en inteligencias
tan poderosas como para superarnos y gobernar la galaxia.
–Demuestra que existe esa cooperación de que hablas,
investigador, y tendré en cuenta tus argumentaciones. De lo contrario, desecharé
tus fantasías, por ridículas, y continuaremos el viaje.
–Puedo demostrarlo. –Los relampagueos cromáticos de
Botax cobraron un intenso tono verde amarillento–. Las criaturas de este mundo son
únicas también en otro sentido. Prevén adelantos que no han realizado, quizá como
consecuencia de su creencia en el cambio acelerado, del cual, a fin de cuentas,
son testigos constantemente. En consecuencia, se permiten un tipo de literatura
que habla del viaje espacial, aunque ellos no lo han desarrollado. He traducido
el término con que designan esa literatura como “ciencia ficción”. Me he consagrado
a leer casi exclusivamente ciencia ficción, pues pensé que allí, en sus sueños y
fantasías, se revelarían tal cual son y revelarían el peligro que constituyen para
nosotros. Y de la ciencia ficción deduje el método de la cooperación entre las dos
formas.
–¿Cómo lo hiciste?
–En ese mundo hay una revista que a veces publica ciencia
ficción, aunque está dedicada casi totalmente a los diversos aspectos de la cooperación.
No habla con toda claridad, lo cual es un fastidio, pero persiste en insinuar. La
traducción más aproximada a nuestros relampagueos es “chico juguetón”. Deduzco que
la criatura que la dirige sólo está interesada en la cooperación entre las formas
y la investiga por doquier con una intensidad sistemática y científica que despertó
mi admiración. He hallado ejemplos de cooperación descritos en la ciencia ficción,
así que dejé que el material de la revista me guiara. En sus historias ilustradas
aprendí cómo se realiza. Te ruego, capitán, que, cuando la cooperación esté cumplida
y se produzca el vástago ante tus ojos, ordenes que no quede en pie un solo átomo
de este mundo.
–Bien –dijo el capitán Garm, con fastidio–, despiértalos
y haz pronto lo que tengas que hacer.
Marge Skidmore
recobró repentinamente la conciencia. Recordaba claramente la estación elevada,
a la hora del crepúsculo. Estaba casi desierta. Había un hombre cerca y otro en
el extremo del andén. El tren que se aproximaba era apenas un estruendo a lo lejos.
Y entonces había sufrido el relampagueo, esa sensación
de volverse del revés, la visión borrosa de una criatura esmirriada que goteaba
mucosidad, un ascenso y…
–Cielos– dijo, estremeciéndose–. Aún está ahí. Y, también
hay otra.
Sintió náuseas, pero no miedo. Estaba orgullosa de sí
misma por no tener miedo. El hombre que había a su lado, también tranquilo, como
ella, seguía llevando un sombrero maltrecho y era el que se encontraba junto a ella
en el andén.
–¿También te apresaron? –le preguntó Marge–. ¿A quién
más?
Charlie Grimwold, sintiéndose fofo y barrigón, intentó
levantar el brazo, para quitarse el sombrero y alisarse el cabello ralo, y se topó
con una resistencia gomosa, pero endurecida. Bajó la mano y miró con aturdimiento
a aquella mujer de rostro delgado. Ella aparentaba unos treinta y cinco años, tenía
bonito cabello y un vestido que le sentaba bien; pero Charlie lo que deseaba era
encontrarse en otra parte, y estar acompañado no le suponía ningún consuelo, aunque
se tratase de compañía femenina.
–No lo sé –respondió–. Yo estaba en el andén de la estación.
–Yo también.
–Y luego vi un relampagueo. No oí nada. Y aquí estoy.
Deben de ser hombrecillos de Marte, de Venus o de uno de esos lugares.
Marge movió la cabeza afirmativamente.
–Eso me imaginé. Algún platillo volante, ¿no? ¿Estás
asustado?
–No. Eso es raro. Creo que debo de estar chalado para
no asustarme.
–Sí, es raro. Yo tampoco estoy asustada. Oh, Dios, ahí
viene uno. Si me toca, gritaré. Observa esas manos ondulantes. Y esa piel arrugada
y viscosa. Me da náuseas.
Botax se aproximó con cuidado y habló con una voz áspera
y chirriante a un mismo tiempo, procurando imitar el timbre de los nativos:
–¡Criaturas! No les haremos daño. Pero debemos pedirles
que nos hagan el favor de cooperar.
–¡Esa cosa habla! –exclamó Charlie–. ¿Qué quieres decir
con cooperar?
–Ambos. Entre ustedes –dijo Botax.
–Vaya. –Charlie miró a Marge–. ¿Entiendes de qué habla?
–No tengo la menor idea –respondió ella, con altanería.
–Quiero decir…
Y Botax pronunció la palabra que una vez oyó como sinónimo
del proceso.
Marge enrojeció.
–¡Qué! –exclamó con el alarido más resonante que pudo
lanzar. Botax y el capitán Garm se pusieron las manos sobre la cintura para cubrirse
las franjas auditivas, que temblaron dolorosamente con los decibelios–. ¡Habráse
visto! –continuó ella, atropelladamente y sin mayor coherencia–. ¡Soy una mujer
casada! Si mi Ed estuviera aquí, ya los metería en cintura. Y tú, tío listo –añadió,
girándose hacia Charlie a pesar de la resistencia gomosa–, quienquiera que seas,
si crees…
–Oye, oye –protestó Charlie–, que no ha sido idea mía.
Quiero decir, claro está, que no es que vaya a despreciar a una dama, por supuesto,
pero yo también estoy casado. Tengo tres hijos. Escucha…
–¿Qué pasa, investigador Botax? –preguntó el capitán
Garm–. Estos sonidos cacofónicos son espantosos.
–Bueno… –Botax lanzó un rojo relampagueo de embarazo–.
Es un ritual complicado. Al principio deben mostrarse reticentes. Eso realza el
resultado posterior. Después de esa etapa inicial tienen que quitarse la piel.
–¿Hay que despellejarlos?
–No exactamente. Estas pieles son artificiales y se
pueden quitar sin dolor. Así es como tienen que hacerlo; sobre todo, la forma más
pequeña.
–De acuerdo. Diles que se quiten la piel. Botax, esto
no me resulta agradable.
–No creo que convenga decirle a la forma más pequeña
que se quite la piel. Creo que será mejor seguir atentamente el ritual. Aquí tengo
fragmentos de esos cuentos de viajes espaciales que tanto elogiaba el director de
la revista Chico juguetón. En ellos se quitan las pieles por la fuerza. He aquí
una descripción de un accidente, por ejemplo, “que causó estragos en el vestido
de la muchacha, casi arrancándoselo del esbelto cuerpo. Por un segundo, él sintió
la tibia firmeza de esos senos casi desnudos contra la mejilla…” Así continúa. Rasgar
la ropa y quitarla a la fuerza actúan como estímulo.
–¿Senos? –se extrañó el capitán–. No reconozco ese relampagueo.
–Lo inventé para traducir el significado. Alude a los
bultos de la región dorsal superior de la forma más pequeña.
–Entiendo. Bien, dile a la más grande que rasgue las
pieles de la más pequeña. Qué cosa tan horrenda.
Botax se volvió hacia Charlie.
–Por favor, arranca casi por completo el vestido de
la muchacha del cuerpo esbelto. Te liberaré para que puedas hacerlo.
Marge abrió los ojos de par en par y se volvió hacia
Charlie hecha una furia.
–No te atrevas a hacerlo. No oses tocarme, maniático
sexual.
–¿Yo? –gimió Charlie–. No es idea mía.
¿Crees que me dedico a rasgar vestidos? Escucha –le dijo a Botax–, tengo esposa
y tres hijos. Si ella descubre que ando rasgando vestidos, me molerá a golpes. ¿Sabes
lo que hace mi esposa cuando miro a otra mujer? Escucha…
–¿Aún se muestra reticente? –se impacientó el capitán.
–Eso parece –contestó Botax–. El entorno extraño puede
prolongar esta etapa de la cooperación. Como sé que es desagradable para ti, yo
mismo realizaré esta etapa del ritual. En los cuentos de viajes espaciales, a menudo
se escribe que una especie de otro mundo realiza esa tarea. Por ejemplo, aquí. –Hojeó
las notas hasta hallar la que buscaba–. Aquí describen a una horrenda especie de
otro mundo. Las criaturas de este planeta tienen ideas absurdas, ya me entiendes.
Nunca se les ocurre imaginar individuos guapos como nosotros, con una bonita cobertura
mucosa.
–¡Continúa! ¡Continúa! ¡No gastes todo el día! –le metió
prisa el capitán.
–Sí, capitán. Aquí dice que el extraterrestre “se acercó
a donde estaba la muchacha. Gritando histéricamente, fue apresada en el abrazo del
monstruo. Las garras le desgarraron ciegamente el cuerpo, haciéndole jirones la
falda”. Como ves, la criatura nativa grita al ser estimulada cuando le quitan las
pieles.
–Pues, adelante, Botax, quítasela. Pero, por favor,
no permitas que grite. Me tiembla todo el cuerpo con esas ondas sonoras…
–Si no te importa… –se dirigió Botax a Marge, cortésmente.
Movió uno de sus dedos espátula para agarrar el cuello
del vestido.
Marge se retorció desesperadamente.
–No me toques. ¡No me toques! Me mancharás con esa viscosidad.
Escucha, este vestido me costó veinticuatro dólares con noventa y cinco en Ohrbach’s.
¡Apártate, monstruo! ¡Mira qué ojos tiene! –Jadeaba desesperadamente por los esfuerzos
que hacía para esquivar la mano del extraterrestre–. Un viscoso monstruo de ojos
saltones, eso es él. Escucha, yo misma me lo quitaré. Pero no lo toques con tu viscosidad,
por amor de Dios. –Tanteó el cierre de la cremallera y se volvió irritada hacia
Charlie–. ¡No se te ocurra mirar! –Charlie cerró los ojos y se encogió de hombros
con resignación. Ella se quitó el vestido–. ¿Qué? ¿Estás satisfecho?
El capitán Garm agitó los dedos, descontento.
–¿Ésos son los senos? ¿Por qué la otra criatura mira
hacia otro lado?
–Reticencia, reticencia –contestó Botax–. Además, los
senos todavía están tapados. Hay que quitar más pieles. Cuando están desnudos constituyen
un estímulo muy fuerte. Continuamente los describen con expresiones como globos
de marfil, esferas blancas o alguna otra de ese tipo. Aquí tengo dibujos, que son
imágenes visuales, tomados de las cubiertas de las revistas de cuentos espaciales.
Sí los miras, verás que en, todos ellos hay una criatura con un seno más o menos
expuesto.
El capitán miró reflexivamente la ilustración y luego
a Marge.
–¿Qué es el marfil?
–Es otro relampagueo inventado por mí. Representa el
material del colmillo de una de las grandes criaturas subinteligentes del planeta.
–Ah –dijo el capitán Garm, con un verde destello de
satisfacción–. Eso lo explica. Esta pequeña criatura pertenece a una secta guerrera
y ésos son colmillos para destrozar al enemigo.
–No, no. Son muy blandos, según tengo entendido.
Botax extendió su mano pequeña y parda hacia los objetos
aludidos y Marge retrocedió con un alarido.
–¿Y qué otro propósito cumplen?
–Creo –respondió Botax, con bastante inseguridad– que
se usan para alimentar a los vástagos.
–¿Los vástagos se los comen? –preguntó el capitán, con
manifiesta turbación.
–No exactamente. Los objetos producen un fluido y el
vástago lo consume.
–¿Consume un fluido de un cuerpo viviente? ¡Puf!
El capitán se cubrió la cabeza con los tres brazos,
utilizando para ello el supernumerario central, que salió de la vaina tan rápidamente
que casi derribó a Botax.
–Un viscoso monstruo de ojos saltones con tres brazos
–comentó Marge.
–Sí –asintió Charlie.
–Oye, tú, cuidado con esos ojos. No mires lo que no
debes.
–Escucha, estoy tratando de no mirar.
Botax se acercó de nuevo.
–Señora, ¿te quitarías el resto?
Marge intentó levantarse contra el campo de sujeción.
–¡Jamás!
–Lo haré yo, si lo prefieres.
–¡No me toques! Por amor de Dios, no me toques. Mira
la viscosidad que tienes encima. De acuerdo, me lo quitaré.
Y se lo quitó, jadeando entrecortadamente y mirando
con ojos severos a Charlie.
–No pasa nada –se quejó el capitán, profundamente insatisfecho–.
Y este espécimen parece imperfecto.
Botax se sintió atacado.
–Te he traído dos especímenes perfectos. ¿Qué hay de
malo con esta criatura?
–Sus senos no consisten en globos ni en esferas. Sé
lo que son los globos y las esferas y así los representan en estas figuras que me
has mostrado. Son globos grandes. Esta criatura, en cambio, sólo tiene colgajos
de tejido seco. Y están descoloridos.
–Tonterías –se enfadó Botax–. Debes conceder margen
a las variaciones naturales. Se lo preguntaré a la criatura misma. –Se volvió hacía
Marge–. Señora, ¿tus senos son imperfectos?
Marge se quedó un rato mirándolo boquiabierta y con
los ojos de par en par.
–¡Qué descaro! –exclamó al fin–. No seré Gina Lollobrigida
ni Anita Ekberg, pero no tengo nada de imperfecta, gracias. Oh, cielos, si mí Ed
estuviera aquí. –Se volvió hacia Charlie–. Oye, tú, dile a esa cosa viscosa de ojos
saltones que mi físico no tiene nada de anormal.
–Oye –murmuró Charlie–, no estoy mirando, ¿recuerdas?
–¡Oh, claro, no estás mirando! Has espiado bastante,
así que bien podrías abrir esos ojos legañosos y defender a una dama, si es que
eres un caballero, que no creo.
–Está bien. –La miró de soslayo, y ella aprovechó la
oportunidad para tomar aire y echar los hombros atrás–. No me gusta entrometerme
en cuestiones tan delicadas, pero creo que estás bastante bien…
–¿Crees? ¿Eres ciego, o qué? Fui candidata a Miss Brooklyn,
por si no lo sabías, y perdí por la cintura, no por…
–Vale, vale. Están bien. De veras. –Afirmó con la cabeza
vigorosamente en la dirección de Botax–. Están bien. No soy un gran experto, pero
a mí me parecen bien.
Marge se relajó.
Botax sintió alivio. Se volvió hacia Garm.
–La forma más grande expresa interés, capitán. El estímulo
está funcionando. Ahora, pasemos al punto final.
–¿Y en qué consiste?
–No hay relampagueo para traducirlo, capitán. Esencialmente,
consiste en poner el aparato parlante y alimentario de uno contra el aparato equivalente
del otro. He inventado un relampagueo para describirlo: beso.
–Esto es cada vez más asqueroso –gruñó el capitán.
–Es el clímax. En todos los cuentos, una vez que se
quitan las pieles por la fuerza, se aferran con las extremidades y se consagran
alocadamente a besos ardientes, por traducir con la mayor fidelidad posible la frase
que se usa con más frecuencia. He aquí un ejemplo escogido al azar: “Abrazó a la
muchacha y le estampó la ávida boca en los labios.”
–Tal vez una criatura devoraba a la otra –sugirió el
capitán.
–En absoluto –replicó Botax, impaciente–. Son besos
ardientes.
–¿Ardientes? ¿Se produce combustión?
–No creo que sea literalmente así. Me imagino que es
un modo de expresar que asciende la temperatura. A mayor temperatura, supongo yo,
mayor éxito en la producción del vástago. Ahora que la forma grande está adecuadamente
estimulada, sólo tiene que estampar la boca en los labios de ella para producir
un vástago. Este no se producirá sin ese paso. Es la cooperación de que te he hablado.
–¿Eso es todo? ¿Sólo este…?
El capitán movió las manos para unirlas, pero no soportaba
expresar ese pensamiento con relampagueos.
–Eso es todo –asintió Botax–. En ninguno de los cuentos,
ni siquiera en Chico juguetón, hallé una descripción de más actividades físicas
relacionadas con la producción de vástagos. A veces, después del beso escriben una
línea de símbolos semejantes a estrellitas, pero supongo que eso sólo significa
más besos; un beso por cada estrella, cuando desean producir una multitud de vástagos.
–Sólo uno, por favor, y rápido.
–Por supuesto, capitán.
Botax dijo con solemne nitidez:
–Señor, ¿besarías a la dama?
–Escucha –objetó él–, no puedo moverme.
–Te liberaré, desde luego.
–Tal vez a la dama no le agrade.
Marge lo fulminó con la mirada.
–Puedes apostar tus botas a que no me agradará. Mantente
alejado de mí.
–Eso quisiera, pero ¿qué harán si no te beso? No quiero
que se enfaden. Podemos… bien… darnos un pequeño besito.
Ella titubeó, comprendiendo que esa actitud cautelosa
estaba justificada.
–De acuerdo, pero sin cosas raras. No tengo por costumbre
estar como vine al mundo enfrente de cualquier fulano, ¿entiendes?
–Lo entiendo. Yo no he tenido nada que ver. Tienes que
admitirlo.
–Monstruos viscosos –refunfuñó Marge–. Deben de creerse
dioses o algo parecido, por el modo en que dan órdenes a la gente. Dioses viscosos.
Eso es lo que son.
Charlie se le acercó.
–Sí te parece bien…
Movió la mano como para ladearse el sombrero. Luego,
apoyó las manos en los hombros desnudos y se inclinó, frunciendo la boca. Marge
se tensó y le aparecieron arrugas en el cuello. Los labios se encontraron.
El capitán Garm relampagueó con fastidio.
–No percibo ascenso en la temperatura.
Había levantado su zarcillo de detección térmica por
encima de la cabeza, haciéndolo vibrar.
–Yo tampoco –concedió Botax, desorientado–, pero lo
están haciendo tal como lo describen los cuentos de viajes espaciales. Creo que
sus extremidades deberían estar más extendidas. Ah, así. Está funcionando.
Casi distraídamente, Charlie había rodeado con el brazo
el suave y desnudo torso de Marge. Por un instante Marge pareció apoyarse en él,
pero de pronto se contorsionó en el campo de sujeción, que aún la aferraba con bastante
firmeza.
–Suéltame –masculló sofocada contra la presión de los
labios de Charlie.
Le atizó un mordisco y Charlie se apartó dando un grito,
se tocó el labio inferior y se miró los dedos para ver si había sangre.
–¿Qué te pasa? –preguntó en tono lastimero.
–Convinimos en que sólo un beso ¿Qué te proponías? ¿Te
crees un seductor? ¿Qué es esto? ¿El seductor y los dioses viscosos?
El capitán emitió rápidos relampagueos azules y amarillos.
–¿Ya está? ¿Cuánto tenemos que esperar ahora?
–Creo que debe ocurrir de inmediato. En todo el universo,
cuando alguien tiene que florecer, florece y ya está. No hay espera.
–¿Sí? Después de pensar en esas obscenas costumbres
que has descrito, creo que nunca floreceré de nuevo. Por favor, termina con esto.
–Sólo un momento, capitán.
Pero los momentos pasaron y los relampagueos del capitán
cobraron un huraño color naranja, mientras que los de Botax perdieron brillo.
Al fin Botax preguntó con voz vacilante:
–Perdón, señora, pero ¿cuándo florecerás?
–¿Cuándo qué?
–¿Cuándo tendrás vástagos?
–Ya tengo un hijo.
–Me refiero a tener vástagos ahora.
–No lo creo. Aún no estoy preparada para tener más hijos.
–¿Qué? ¿Qué? –preguntaba el capitán–. ¿Qué está diciendo?
–Parece ser –le tradujo Botax–, que no piensa tener
vástagos por el momento.
La franja cromática del capitán parpadeó, con intenso
brillo.
–¿Sabes qué creo, investigador? Creo que tienes una
mente degenerada y perversa. No ocurre nada con estas criaturas. No hay cooperación
entre ellas ni tienen vástagos. Creo que son dos especies y que estás haciéndote
el listo conmigo.
–Pero, capitán… –protestó Botax.
–¡Qué capitán ni qué cuernos! Ya es suficiente. Me has
contrariado, me has revuelto el estómago, me has causado náuseas y repulsión, ante
la sola idea de la floración, y me has hecho perder el tiempo. Sólo estás buscando
fama y gloria personal y me ocuparé de que no las obtengas. Líbrate de estas criaturas.
Devuélvele a ésta sus pieles y déjalas donde las encontraste. Debería descontarte
del sueldo todo lo que hemos gastado en la estasis temporal.
–Pero, capitán…
–Que las devuelvas, he dicho. Devuélvelas al mismo lugar
y al mismo instante del tiempo. Quiero que este planeta quede intacto y me ocuparé
de que así sea. –Echó a Botax otra mirada furibunda–. Una especie, dos formas, senos,
besos, cooperación. ¡Bah! Eres un necio, investigador, y también un mentecato y,
ante todo, una criatura muy enferma.
No había réplica posible. Temblándole los miembros,
Botax se dispuso a devolver las criaturas.
Estaban en la
estación elevada mirando a su alrededor de mal humor. Los rodeaba el crepúsculo,
y el tren que se aproximaba era apenas un estruendo a lo lejos.
–Oye –habló Marge con un hilo de voz–, ¿sucedió de veras?
Charlie movió la cabeza afirmativamente.
–Yo lo recuerdo.
–No podemos contarlo.
–Claro que no. Dirían que estamos chalados.
–Vale. Bien.
Marge se alejó unos pasos. Charlie se disculpó:
–Oye, lamento que te sintieras molesta. No fue culpa
mía.
–Está bien. Lo sé.
Se puso a mirar el andén de madera. El sonido del tren
se hizo más fuerte.
–En realidad, no estabas nada mal. De hecho, tenías
muy buen aspecto, pero me avergonzaba decirlo.
Ella sonrió.
–Está bien.
–¿No quieres tomar una taza de café para tranquilizarte?
Mi esposa no me espera temprano.
–¿No? Vale. Ed no está en casa este fin de semana, así
que sólo me espera un piso vacío. El niño está en casa de mi madre.
–Vamos, pues. En cierto modo nos han presentado.
–Vaya que sí –dijo ella, y se echó a reír.
El tren entró en la estación, pero ellos se marcharon,
bajando a la calle por la angosta escalera.
Se tomaron un par de cocteles, y luego Charlie no pudo
consentir que ella regresara a casa sola en la oscuridad, así que la acompañó hasta
la puerta.
Naturalmente, Marge no tuvo otro remedio que invitarlo
a pasar un momento.
Entre tanto, en la nave espacial, el abatido Botax hacía
un último esfuerzo por demostrar que tenía razón. Mientras Garm preparaba la nave
para la partida, Botax lo que preparó fue la videopantalla de rayos para echar un
último vistazo a sus especímenes. Localizó a Charlie y a Marge en el piso de ésta.
Se le endureció el zarcillo y comenzó a relampaguear en un deslumbrante arco iris
de colores.
–¡Capitán Garm! ¡Capitán! ¡Mira lo que hacen ahora!
Pero en ese instante la nave abandonó la estasis temporal.
No hay comentarios:
Publicar un comentario