Henri Michaux
El
castigo para los ladrones: sus brazos se endurecen; no pueden contraerlos, ni moverlos,
ni encogerlos. Se endurecen más y más, y la carne se endurece y el músculo; se
endurece todo, las arterias y las venas y la sangre. El brazo seco, seco; brazo
de momia, brazo de extraño.
Pero
queda pegado al cuerpo. Veinticuatro horas, tan sólo, y el ladrón, sin
sospechárselo (cree él) y cuando saborea su impunidad, siente de pronto que su brazo
se seca. ¡Desgarrante desilusión!
Los
brazos de plata pertenecieron a una princesa real que vivió hace muchos siglos y
que se llama Hanamuna.
Debió
haber robado. A pesar de su sangre azul no logró escapar del encantamiento de los
Magos.
Y
en el espacio de una hora de sueño, sus brazos se endurecieron. En el sueño, cuentan
vio los brazos de plata. Se despertó y con horror los contempló. Visión atroz. Todavía
se exhibe su cuerpo embalsamado; sus pequeños brazos de plata. Yo los he visto.
No hay comentarios:
Publicar un comentario