Umberto Senegal
La muerte llegó sin utilizar la puertecita del jardín, por donde el poeta
entraba en su casa a huéspedes especiales. Eligió la ventana para penetrar en la
biblioteca. Los árboles del jardín eran la vida del escritor.
–Bueno… –dijo la muerte.
–¡Bueno! –respondió el poeta–, pero, antes, permíteme
despedirme de mis guayacanes.
–¿Guayacanes? –preguntó la muerte, y acompañó al poeta
hasta el jardín, donde tres frondosos guayacanes, cargados de flores lilas, amarillas
y rosadas, eran la fiesta de aquel lugar.
–Son lo único que extrañaré –admitió el poeta. Y agregó,
señalándolos:
–¿Habrá algo parecido… allí?
Varias flores cayeron sobre la muerte.
–Creo que no –respondió ella con desconsuelo–. ¡Son
hermosos! Nunca me los mostraron.
El suelo estaba tapizado de flores y cada instante,
descendiendo en espiral, caían más a su lado, llevándolas y trayéndolas el viento.
–¿Verdad que sí?… Y, además de esto, espera a que se
llenen de aves –advirtió el poeta.
Entonces, la muerte, ya sin prisa, lo invitó a sentarse
bajo uno de ellos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario