Álvaro Cepeda Samudio
A
García Márquez le oyó Juana la historia del hombrecito de la lata de avena Quaker.
García Márquez vive ahora en Barcelona y seguramente ha olvidado la historia. Lo
cierto es que no la ha escrito nunca. Cuando Juana leyó Cien años de soledad
pensó encontrarla allí. Pero no está en ese libro, ni en ninguno de los otros que
hasta ahora ha escrito García Márquez. Cada vez que se publica una historia de García
Márquez, Juana se siente a la vez desencantada y aliviada: espera siempre que aparezca
el hombrecito de la lata de avena Quaker y teme al mismo tiempo que se cuente su
historia, puesto que ella ha desarrollado una complicada teoría para explicar el
extraño hombrecito vestido de azul, zapatos de hebilla, pechera bordada, tricornio
y amplia casaca, que sostiene en su mano derecha una lata de avena Quaker.
Lo que llamó la atención de García Márquez
cuando vio por primera vez en los potes de avena cuáqueros gordiflones y sonrientes,
con sus cabezas más anchas que altas, como soldados de carnaval, en los estantes
del comisariato de la Compañía en Santa Marta, fue el peto: un peto duro y aplastado
como de hermano cristiano. Luego, tal vez semanas más tarde, cuando le compraron
el vestido marinero de paño azul turquí, cuello cuadrado y pito de madera que sabía
a jabón de pino, García Márquez notó los zapatos del hombrecito. “Son de marica”,
pensó, pues nunca había visto a nadie en Aracataca usar zapatos de charol sin cordones
y con hebillas plateadas. Fue mucho tiempo después cuando descubrió asombrado que
en la lata que sostiene en su mano derecha el hombrecito de la avena Quaker hay
otro hombrecito que también sostiene en su mano derecha otra lata de avena Quaker
en la que aparece otro hombrecito que sostiene en su mano derecha otra lata en la
que un hombrecito sostiene en su mano derecha una lata de avena Quaker que muestra
un hombrecito sosteniendo en su mano derecha una lata en cuya etiqueta se ve claramente
un hombrecito que muestra sostenida en su mano derecha una lata de avena Quaker
en la que se distingue, ya no muy claramente sin ayuda de una lupa, un hombrecito
que sostiene en su mano derecha una lata en la que, sin duda alguna, y ya se hace
necesario usar un instrumento más potente que una simple lupa, debe aparecer otro
hombrecito, vestido también como el primero, que sostiene en su mano otra lata de
avena Quaker.
García Márquez no siguió más allá del cuarto
o quinto hombrecito, pero Juana lleva ya años contando los hombrecillos que se suceden
uno tras otro con magnífica precisión y que van empequeñeciéndose a medida que se
alejan del primer hombrecito que sostiene en su mano una lata de avena Quaker.
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