Pilar Galán
Desde
que llegaste, tus fuerzas de ocupación han invadido la casa. Abandonaron la
lejana isla de Gorm para sitiar tu cuarto de juegos y mi vida. No es extraño,
yo también preferiría este mundo a un lugar volcánico inhabitable. Aquí deben
de ser más felices, aunque como son inexpresivos, no lo muestran; sólo esgrimen
sus muecas espantosas. Rojos como el fuego y retorcidos como la lava, no
presentan ningún rasgo de hermosura. Son un tanto extraños, casi tanto como su
nombre: Falena, Cortacuellos, Magnium o Devoramentes el místico, delirios del
márquetin perfecto que los ha creado. En mi época los invasores se llamaban
genéricamente clics de Playmobil y mucho antes, eran héroes anónimos divididos
en indios y vaqueros. Y no poblaban islas, sino barcos pirata, castillos
medievales o fuertes Comansi.
Los tuyos son Gormitti, y viven con nosotros hace
un año. Encontrárselos de noche no es agradable y no me gusta que trepen a tu
cama. A veces, sus aristas me sorprenden cuando camino descalza por la casa y
maldigo el plástico duro del que están hechos. Incluso hay días en que no sé
cómo, se cuelan en el bolso y mis dedos rozan sus bordes imprevistos cuando
trato de buscar las llaves. O bajan a mi coche, o aparecen de pronto en mis
zapatos. Vivos porque tú les das vida, sonrío cada vez que los encuentro y acaricio
su hocico o sus tentáculos. Habitan lugares recónditos, como el hueco del sofá
o la última estantería.
Juegas con ellos, pero olvidas devolverlos a su
isla cada noche. Y cada mañana, al recogerlos, me causa una ternura infinita
que vinieras a poner todo en su sitio y al mismo tiempo a dejar todo en
desorden.
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