Soledad García Garrido
El
tribunal me acusó de plagio y no me concedió libertad de movimiento. La
sentencia me pareció desproporcionada. Me condenaron a copiar mil veces, bajo
la atenta mirada de los estudiosos de la Academia, el tedioso “No lo volveré a
hacer”. A ello se sumó la retirada del premio, que me había pulido en el
quiosco de la esquina en la adquisición de las novelas completas de Corín
Tellado. Para saldar la deuda, me vi obligado a pedir otro préstamo.
Yo no sabía que ese dinosaurio era ya famoso ni que
cuando despertó todavía estaba allí, como un espía vigilando mis pasos y cada
una de mis comas.
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