Álvaro Cepeda Samudio
Como
me han dicho que vas a vivir en la
Florida quiero que sepas que he descubierto dónde nacen los huracanes. Esta no
es una teoría descabellada como la enunciada por el Senador Fuenmayor sobre el
hundimiento de la Atlántida. El Senador afirma que la Atlántida descendió hacia
el fondo del mar bajo el peso del sueño de millares de elefantes. Cuenta él que
un día, un domingo debió de ser, todos los elefantes que habitaban las llanuras
de la Atlántida se quedaron dormidos de pronto y las bases del continente
cedieron con gran estrépito y la Atlántida desapareció para siempre. Es por
esto que desde entonces se afirma que los elefantes tienen el sueño muy pesado.
El Senador,
por más que se ha pasado toda su vida tratando de probar esta teoría, que para
mí es, como te dije antes, descabellada, no ha podido reunir los documentos
necesarios para sacarla del terreno de la zoología fantástica e instalarla con
todo el peso de las verdades inmutables en la zoología aplicada.
El
descubrimiento mío no tiene nada que ver con las abstrusas lucubraciones de El
Senador, pues yo soy corto de libros y de vista. Es simplemente el anuncio de
un hecho: he descubierto, Juana, dónde nacen los huracanes: nacen en Siape.
Sobre los
charcos tremendos de agua salobre y podrida por las raíces de los mangles
muertos se forman círculos lilas, anaranjados, índigos, rojos o azules, según
la hora y el tiempo, que van creciendo y elevándose, empujados por las miasmas
que el sol de Siape desata del fondo cercano de las lagunas. Estos círculos se
debaten entre sí, devorándose unos a otros, en pelea constante y despiadada
para llegar primero a la región de los vientos altos y dejar de ser círculos
malolientes y convertirse en huracanes. Por las tardes, después de todo un día
de lucha, sólo quedan uno o dos ya inmensos redondones que inician su viaje,
inexorablemente, hacia la Florida. ¿Y los muertos, preguntarás tú, y los
muertos de dónde los sacan? De Siape también. Porque los círculos débiles que
han sido derrotados quedan colgando del ojo del huracán, en perfecta jerarquía
descendente, y son desparramados a lo largo de las costas de la Florida, sobre
los pueblos construidos a prueba de huracanes. Y no es extraño que en algunos
de esos círculos se haya ido enredando el niño que buscaba ostiones debajo de
los manglares o el borracho que perdió el camino hacia su casa. Un día de estos
los verás aventados sobre una playa de la Florida, Juana.
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