Elena Casero
Anoche me morí en tus brazos. Lo hice sin pensar,
por cariño, como lo he hecho todo por ti. Pusiste cara de susto, pero te duró
poco tiempo. Después, cuando yo ya había cerrado los ojos y creías que no te
podía ver, te relajaste y sonreíste feliz. Me abandonaste en el sofá, tal como
me había muerto, algo desmadejada. Entonces te escuché hablar con ella. Tu voz
sonaba con un timbre pulido, tan diferente del que usas conmigo, que parece
hecho de productos abrasivos, de los que arañan el corazón. Te cambiaste de
ropa, te perfumaste y saliste de la habitación sin darme siquiera un triste
beso. Esta mañana, he decidido no volver a morirme nunca más.
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