viernes, 15 de marzo de 2024

Alumbramiento

Paz Monserrat Revillo

 

He vuelto a soñar que estaba embarazada. Esta vez paría a un niño diminuto y delicado como una miniatura de porcelana.

Al principio estaba muy contenta con mi hijito. Me cabía en la palma de la mano. Lo acunaba protegiéndole con el pulgar y el meñique y lo duchaba con la leche que salía por los agujeritos de una regadera de metal antigua. La inclinaba con cuidado para conseguir una lluvia suave, un chirimiri de leche que no arrastrara a la criatura, que no lo disolviera como un terrón de azúcar. El niño, todavía sin fuerzas para llorar, gesticulaba con todo su cuerpecillo y hacía pucheros con las pestañas empapadas y los morritos perlados de burbujas blancas. Después lo secaba y lo depositaba en el hueco que hay entre el colchón y el cabezal de mi cama, sobre un pañuelo de hilo. Y me iba a hacer mis tareas. Pero sólo un momento. Enseguida volvía al escondrijo para comprobar si respiraba.

En una de las visitas habían entrado por la ventana dos mariposas de color naranja con inquietantes ocelos negros. Enredadas en plena danza nupcial, copulaban como dos abanicos frenéticos. Para proteger al nene de las corrientes de aire, lo he metido dentro de un dedal y he vuelto a mis obligaciones. Al volver al dormitorio para comprobar si dormía me ha parecido ver los cuartos traseros de una hiena desapareciendo por una esquina del pasillo. No le he dado mayor importancia, parece que el animal habitaba mi sueño con naturalidad. El caso es que el dedal todavía giraba desorientado y vacío en el suelo al entrar en la habitación, y las mariposas se habían convertido en orugas torpes y ciegas que ya empezaban a segregar hilos de seda entre la colcha y la almohada.

Cuando he despertado, la culpa por haber abandonado a mi bebé se me hacía insoportable, todos esos animales continuaban persiguiéndose dentro de mi cabeza, y ni rastro del niño. Me he incorporado un poco, con el cuerpo preñado de imágenes afiladas como colmillos, he respirado hondo y he procedido a dar a luz de nuevo un texto, como hago cada vez que sueño una gestación.

Pujo con decisión y noto cómo por fin se vierten afuera las ideas transformadas en algo diferente. Las contemplo embelesada, las limpio, las desinfecto y las visto con tejidos claros. Junto las palabras, las templo, las ordeno y me pregunto con arrobo maternal si esta vez sobrevivirá la frágil criatura.

 

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