Álvaro Cepeda Samudio
Padre: José Dolores Bastos
Madre: Venancia
León
Noé León nació en
Ocaña en 1907. Estudió hasta el cuarto de primaria. Vivió en su pueblo natal hasta
la edad de 13 años. Luego se trasladó con sus padres a El Banco. Más tarde vivió
en Gamarra y Santa Marta. De allí se vino a Barranquilla, en donde vive desde 1930.
Ocupaciones: Fue
policía en Santa Marta, de 1924 a 1930. Policía también en Barranquilla, durante
un año, del 30 al 31.
Desde pequeño le
gustó la pintura: cuando estaba de guardia en sus años de policía, hacía bosquejos
y dibujos de todo lo que veía. En los años del cuartel pintaba, con pedazos de carbón,
caricaturas de sus superiores.
Desde 1931 se ha
dedicado enteramente a la pintura, de tal manera que ésta ha llegado a ser su única
ocupación.
Le gusta su trabajo.
No cambiaría de oficio por nada del mundo. Vive humildemente, pero no le importa.
La casa de vecindad donde tiene su habitación –un cuarto de madera en el patio,
con una ventana, una puerta, un radio, una cama, un toldo y 17 cartones para pintar–
es una especie de comunidad amable. Cuando a alguien le llega una visita, de un
cuarto prestan los muebles, de otro un sofá, de otro sale una rubia rara que brinda
café.
A Noé León, cuando
pinta, lo rodean los chiquillos como mariposas sin dientes. De éstos alguno será
pintor.
¿Qué aspiraciones
tiene? Ninguna en particular; lo que traiga su arte al cual le debe la vida. Su
mayor satisfacción ha sido la sorpresiva visita de Pepe Gómez Sicre, con sus noticias,
que Noé León no entiende muy bien, de que sus cuadros están en Alemania y que de
allí van quién sabe a dónde.
El patio se llenó,
de pronto, de gente extraña con cámaras fotográficas, grabadoras, luces y unos tipos
vestidos con pantalones estrechos, botas y camisas negras y amarillas.
La visita de Pepe
Gómez Sicre vació los cuartos de madera. “Noé, tu cuadro está en los museos de Alemania,
aquí tienes el catálogo: ya eres casi famoso”. Noé León tomó el catálogo: un libro
grueso lleno de láminas y lleno de columnas escritas en alemán y dijo: “Aquí está
mi nombre; lo demás no lo entiendo”. Y después: “Aquí dice Barranquilla”. Las que
lavaban dejaron de lavar; uno que martillaba un gran tablero de hojalata para hacer
todavía otro cuarto más en el patio sombreado de matarratones y de cercas de cartón,
dejó de martillar, porque le gritaron: “Cállate, que están grabando”. Después de
un rato, siguió el estrépito del carpintero: “Están grabando, ¿y a mí qué carajo
me importa?”
De pronto, todos
los niños tenían sus vestidos de domingo. A todos los retrataron. Y una señora,
amplia, buena, trajo a sus dos nietas y también las retrataron: Dos niñas de ojos
como bateas de lo grandes que eran, y conversaban: “Cuchi-pá, cuchi-ré cuchi-cén,
cuchi-ló, cuchi-cós”. A Noé León le gusta el trago. El que sea pintor no tiene nada
que ver con esto. Si fuera policía le seguiría gustando.
Hoy tiene 61 años.
Su esposa tiene 52. Está casado con Rosa Castillo hace 14 años.
La idea de que se
hagan exposiciones con sus cuadros le gusta. Pero no: eso de ir a Bogotá sí no le
llama la atención. Noé León es de Barranquilla y aquí se quedará. Que viajen sus
cuadros.
En el tropel de
la despedida Juana se quedó de última, a propósito; Noé León, rodeado de toda la
vecindad, se despedía desde la puerta de zinc. Y sin que nadie se diera cuenta le
dijo a Juana: tu retrato que te lo pinte Obregón, que es al único que le salen bonitas
las monas.
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