Julio Cortázar
Como
no solamente escribe sino que le gusta pasarse al otro lado y leer lo que
escriben los demás, Lucas se sorprende a veces de lo difícil que le resulta
entender algunas cosas. No es que sean cuestiones particularmente abstrusas
(horrible palabra, piensa Lucas que tiende a sopesarlas en la palma de la mano
y familiarizarse o rechazar según el color, el perfume o el tacto), pero de
golpe hay como un vidrio sucio entre él y lo que está leyendo, de donde
impaciencia, relectura forzada, bronca en puerta y al final gran vuelo de la
revista o libro hasta la pared más próxima con caída subsiguiente y húmedo
plof.
Cuando las lecturas terminan así, Lucas se
pregunta qué demonios ha podido ocurrir en el aparentemente obvio pasaje del
comunicante al comunicado. Preguntar eso le cuesta mucho, porque en su caso no
se plantea jamás esa cuestión y por más enrarecido que esté el aire de su
escritura, por más que algunas cosas sólo puedan venir y pasar al término de
difíciles transcursos, Lucas no deja nunca de verificar si la venida es válida
y si el paso se opera sin obstáculos mayores. Poco le importa la situación individual
de los lectores, porque cree en una medida misteriosamente multiforme que en la
mayoría de los casos cae como un traje bien cortado, y por eso no es necesario
ceder terreno ni en la venida ni en la ida: entre él y los demás se dará puente
siempre que lo escrito nazca de semilla y no de injerto. En sus más delirantes
invenciones algo hay a la vez de tan sencillo, de tan pajarito y escoba de
quince. No se trata de escribir para los demás sino para uno mismo, pero uno
mismo tiene que ser también los demás; tan elementary, my dear Watson, que
hasta da desconfianza, preguntarse si no habrá una inconsciente demagogia en
esa corroboración entre remitente, mensaje y destinatario. Lucas mira en la
palma de su mano la palabra destinatario, le acaricia apenas el pelaje y la
devuelve a su limbo incierto; le importa un bledo el destinatario puesto que lo
tiene ahí a tiro, escribiendo lo que él lee y leyendo lo que él escribe, qué
tanto joder.
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