José Ángel Barrueco
Poco después de
conocernos, la chica me contó la historia de Eurídice, mito que responde a la
irreversibilidad de la muerte. Confesó que padecía insomnio y que sólo
durmiendo una noche en los cementerios (por algún siniestro morbo le atraía ese
jeroglífico de cruces, cipreses y túmulos) podría curarse.
La acompañé hasta allí y nos tendimos sobre las
tumbas.
Eurídice, como la llamo ahora, sanó de su
insomnio, pero yo me convertí involuntariamente a esa región de las vigilias,
no por el miedo sufrido entre aquellas tinieblas, sino por el hechizo de verla
cerrar los ojos y entregarse al sueño, con una dulzura tal que su cuerpo
pareció derramarse en mis brazos.
Esa imagen de su hermosura, poética y macabra, me
convence, a la hora de acostarme, de lo irreversible de mi condición de
insomne: como necesito imaginarla, jamás duermo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario