Álvaro Cepeda Samudio
“Vamos a matar a los gaticos” –dijo Doris–, “vamos a
matarlos. Yo sé cómo se hace, vamos a matarlos”.
“No, todavía no”.
“Pero tú dijiste
que los íbamos a matar apenas nacieran” –dijo Martha–. “Tú dijiste que teníamos
que matarlos para evitar que los regalaran”.
“¿Cuántos son?” –preguntó Doris.
“No sé: parece que
hay cinco”.
“¿Dónde están?”
–preguntó Doris.
“En el último cuarto.
Los pusieron en la caja donde dormía Teddy”.
“¿Son bonitos?”
–preguntó Doris.
“Yo no sé, yo no
los he visto todavía. Pero sé que ya nacieron porque esta mañana lo estaban diciendo
en la cocina”.
“Vamos a verlos”
–dijo Martha.
“No, ahora no: después.
Vamos a subirnos al techo”.
“Vamos” –dijo Doris–
“y jugamos a Tarzán, ¿quieres?
“Bueno. Voy a buscar
las cosas”.
“Yo no juego” –dijo
Martha.
“¿Por qué no quieres
jugar?”
“No puedo” –dijo
Martha–, “yo no puedo subirme al techo”.
“¿Por qué no puedes
subirte?”
“Tú sabes” –dijo
Martha.
“Ella tiene miedo”
–dijo Doris–, “vamos tú y yo”.
“Yo no tengo miedo”
–dijo Martha–, “es que me da pena”.
“Vamos Doris, ella
nos espera aquí”.
“Miedosa” –dijo
Doris.
“Yo no soy miedosa”
–dijo Martha–, “es que me da pena”.
“¿Por qué te da
pena?” –preguntó Doris.
“Déjala ya, Doris”.
“Yo no tengo pantalones”
–dijo Martha.
“Ahora se lo voy
a decir a mamá” –dijo Doris–, “ayer también viniste sin pantalones. Yo te vi”.
“Tú sabías que no
tenía pantalones. Tú me dijiste. Y ahora quieres jugar a Tarzán” –dijo Martha.
“Cuando volvamos
a la casa le voy a decir a mamá que tú le dices a Martha que no se ponga pantalones”
–dijo Doris.
“Vamos a matar a
los gaticos”.
“Vamos” –dijo Doris.
“Si se lo dices
no los matamos” –dijo Martha.
“¿Se lo vas a decir,
Doris?”
“No” –dijo Doris.
“Vamos a matar a los gaticos. Entren”.
“¿Para qué cierras
las ventanas?” –preguntó Doris.
“Para que ella no
se salga. Tráeme esa tabla, Martha”.
“Tenemos que sacarla
de la caja porque de pronto se pone rabiosa y nos muerde” –dijo Doris.
“No, ella no muerde.
Sostén la tapa mientras yo los saco”.
“¿Cuántos hay?”
–preguntó Doris.
“Cuatro nada más”.
“Abre la ventana,
yo no los veo bien. ¿Son bonitos?” –dijo Martha.
“Sí, son bonitos.
Hay dos negros y dos grises”.
“Yo quiero llevarme
uno negro” –dijo Doris.
“No, hay que matarlos
a todos. No te vas a llevar a ninguno. Yo dije que los iba a matar a todos. Mira,
así: apriétalos por el cuello así, ¿ves? Apriétalos bien fuerte por un momento.
Es fácil”.
“¿Ves? Este ya está
muerto. Mata tú este otro”.
“Mata este tú, Martha,
yo mato mejor el gris” –dijo Doris.
“No, yo me voy,
yo no quiero matar ninguno” –dijo Martha.
“No tengas miedo,
no te van a morder. ¿No ves que ni siquiera tiene dientes?”
“No, yo no quiero
matar ninguno” –dijo Martha.
“Suelta ese ya,
Doris, ya está muerto. Mata este otro”.
“No los maten, no
los maten” –gritó Martha.
“Cállate, cállate,
cállate. Sostén la tapa, Doris”.
“¿Qué vas a hacer?”
–preguntó Doris.
“A ponerlos otra
vez dentro de la caja”.
“Por qué no los
enterramos en el patio y les hacemos procesión” –dijo Doris–. “¿Quieres que traiga
tres cajitas de cartón?”.
“Yo tengo en la
casa un montón de cajitas”.
“No, vamos a ponerlos
en la caja otra vez. Falta uno. ¿No has podido matarlo todavía, Doris?”.
“Yo no quiero matar
al negrito” –dijo Doris.
“Dámelo acá. Apura,
Doris, dámelo”.
“Dáselo, Doris”
–dijo Martha.
“Salgan. Cierra
la puerta, Martha”.
“Vamos a subirnos
al techo” –dijo Doris.
“No, hace mucho
calor”.
“Pero yo quiero
unas guindas. Tengo hambre” –dijo Doris.
“En la nevera hay
galletas. Ve y tráelas”.
“¿Por qué lloras?
–preguntó Martha.
“Yo no estoy llorando”.
“Sí estás llorando”
–dijo Martha.
“No me molestes”.
“Tú no querías matar
los gaticos” –dijo Martha.
“Sí quería”.
“No tengas miedo.
Doris no le dice nada a Mamá” –dijo Martha.
“Yo no tengo miedo”.
“¿Entonces por qué
estás llorando?” –dijo Martha.
“Por nada, por nada,
por nada”.
No hay comentarios:
Publicar un comentario