Andrés Neuman
Salir
por fin a la calle tras el confinamiento, no con sensación de libertad pero sí
de cierta amplitud, me resultó una experiencia vagamente onírica: todo lo real
parecía una frágil representación, un simulacro de algo que estaba a punto de
desvanecerse de nuevo. Moviéndome por ese espacio recuperado no sentí alegría
ni euforia, sino una asombrada vulnerabilidad, una emoción subterránea. Lo más
memorable fue encontrarme a distancia con mi padre, que es enfermo cardíaco,
después de meses sin vernos. Nos saludamos a la nipona en un parque cualquiera,
nos sonreímos sólo con los ojos y nos pusimos a caminar juntos, en paralelo,
mirando fijo al horizonte.
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