Agustín Monsreal
Aglomerado con cuatro o cinco cómplices más, al cabo de un día cuyo único
horizonte han sido máquinas y escritorios y en ráfagas secretas cierta meritoria
minifalda, Jorge Andrés sale de la oficina y nos dirigimos, con ese nuestro andar
de galán nostálgicamente sobrado, a despachar el tiempo que te quede libre en un
café, o mejor una cueva, o mejor una balsa de náufragos de la irremisible Zona Rosa
donde nos esperan o al rato llegan los demás conspiradores. En un principio, fuera
de los saludos de rigor y de alguna consideración a propósito de la inconstancia
casi mujeril del clima o del smog que es algo así como la suciedad espiritual de
la ciudad o del equipo de fútbol de nuestra predilección que lleva ya seis partidos
consecutivos sin ver la suya, escasamente hablamos. Perjudicados todos por esa oscura
palidez que no se sabe si es producto del pésimo alumbrado o si es un hábito triste
de la piel o si es un mal congénito de esa indescifrable querella que los poetas
suelen llamar alma, vemos pasar tan cerca de mis ojos tan lejos de mi vida a las
muchachas acertadamente bulliciosas pero prejuicios aparte con el escándalo de la
liberación cada vez menos femeninas, y eso, quiérase o no, causa siempre alguna
lástima. A nuestro alrededor otros grupos, como en una inapelable casa de espejos
(para que te des idea de cómo anda el mundo), nos multiplican rigurosamente y hay
en ellos tantos resabios, tanto destino de servidumbre, tanto de presente insustancialmente
repetido que su sola vista le produce a uno, sin el menor remedio, un acceso conjunto
de compasión y rabia, lo pone a uno entre la espada y la piedad.
Y de a pocos la mesa se sobreabunda de tacitas de té
y cigarrillos y bocaditos de queso y pastelillos que acompañamos estadísticamente
con el recuento de nuestras no muy abundantes jornadas sentimentales y la glosa
de nuestras tampoco muy abundantes aspiraciones y el inventario de nuestros en cambio
sí muy abundantes infortunios y, ya puestos en tan lastimoso camino, con el catálogo
casi político y sutilmente revolucionario de calamidades tales como la inflación
y los impuestos y el desempleo y miren ustedes, aquí en confianza, al paso que vamos
dentro de poco no nos va a quedar otra salida que entrarle a la guerrilla, la situación
está cada día peor (habla más bajo las paredes oyen), cada día son más las injusticias
y las arbitrariedades y para colmo ese cretinazo de Rivera empecinado en fastidiarle
a uno la existencia y uno aguantando pero todo tiene un límite y preferible que
se cuide porque el valiente vive mientras el cobarde (tráigame otro tecito por favor
preciosa), nada más es cosa de juntar valor, no siempre vamos a estar a su merced,
¿verdad?
La preciosa sonríe a todos y a ninguno y nos mira con
módica impudicia y escombra un poco la mesa y los ánimos y depositaria de nuestro
más ferviente bullicio interior se ausenta llevándose prendido en la docilidad de
las caderas un poético qué ganas de amoldarme a los modos de tu cuerpo. Pero bueno,
volviendo a lo de antes, basta de frivolidades, Jorge Andrés compone una mueca de
desolación estricta y nosotros actuamos una temperamental autosuficiencia y tal
como lo decimos, en este país el mero tener talento nunca alcanza, la improvisación
es una de nuestras más gloriosas costumbres, no lo tomes tan a la tremenda, a todos
nos sucede igual, los Rivera nomás no nos merecen, nosotros sin pensarlo mayor cosa
haríamos un papel más brillante si nos dieran la oportunidad de probar, de demostrar
quién es quién, pero no, cómo te van a dar el chance, si de sobra conocen lo que
uno vale, de sobra saben que uno está más puntualmente preparado y que llegado el
caso les tumba el puesto, son retrasados mentales pero no tanto, por eso se cuidan
de uno y lo están reprimiendo todo el tiempo, para que no les pises la sombra, por
puritita envidia profesional, sí, puritito encono de que tú eres mejor, Jorge Andrés,
qué duda cabe.
No hay que ser una autoridad en delitos morales o un
aplicado de la sagacidad o siquiera un regular en clandestinaje para advertir que
Jorge Andrés y sus camaradas ya encajamos en el molde escrupuloso de los elogios
mutuos (único y auténtico y por lo tanto altamente estimulante y generoso atractivo
de toda conjura de café), que ya nos refugiamos en la cofradía de los apóstoles
incomprendidos para predicarnos remedios contra la tiranía o intercambiar bálsamos
contra el resentimiento y hacernos fuertes o cuando menos capaces de soportar los
acatamientos de mañana, las vejaciones del día siguiente, que si ese podrido de
Rivera es un soberano imbécil que por su mero complejo de inferioridad nos trae
de encargo, el muy (gracias preciosa es usted un ángel), que si se la pasa corrigiéndote
cuanto uno hace sólo por quedar de lo más bien ante el equipazo físico de la meritoria
minifalda, que dicho sea entre paréntesis no ignora que la devoras con los ojos
en ráfagas secretas pero simula no darse cuenta porque su objetivo no es un infeliz
como tú sino un infeliz de más altura o sea el mismísimo Rivera, que con ademanes
reposados pero con mirada de acero inoxidable te reprende a todas horas y a todas
horas nos aconseja y aprovecha para volcarte encima, muy en paternal, muy en modestia
aparte, su inmundo repertorio de puestos desempeñados y sus dizque metódicos progresos
y su rectitud de obra y su claridad de pensamiento y no es por ponerse de ejemplo
él mismo pero cuando todavía no era nadie (mira tú), como si estuviera detrás de
ese escritorio por merecimientos propios, como si no supiéramos sus tejes y manejes,
como si no fuera público y notorio y aun versión oficial que llegó adonde llegó
por lo que a todos nos consta, sí, Jorge Andrés, los redentores de vilipendios nos
adherimos a tu justa indignación, nosotros te ayudamos a exprimirte la rabia, a
emanciparte de la vergüenza, a segregar el rencor y amortiguar las inconformidades
para que te sientas escrupulosamente distinto, para sentirnos en resumidas cuentas
de a de veras mejores.
–Si nomás porque necesita uno el dinero, con tantos
compromisos; pero palabra que me dan ganas de botarle la chamba y buscar por otro
lado, oportunidades no han de faltar.
Claro que sí, viejo, los conjurados te asistimos moralmente,
para cuándo son los amigos si no, lárgale su mugre trabajo, hermano, total, en el
coro siempre encuentras un solista que tiene un primo que está colocadazo y te puede
ayudar para conseguir una labor más acorde a tu capacidad, a tu experiencia, tú
ya sabes cómo son las palancas.
–¿Y por qué no le pides algo para ti, que estás en idénticas
condiciones que yo?
Pues caray, Jorge Andrés, porque ya sabes cómo son las
relaciones familiares, ni modo que el solista vaya y le diga a su primo, fíjate
que ya no aguanto al inconsecuente de mi jefe, búscame una colocacioncita, ¿sí?
Pues no, de inmediato el primo va a decir que no, que a ver si más adelante, que
sin embargo no deje de darse sus vueltas de vez en cuando, que no se pierda de vista,
pero en cambio si es para ti me canso de que hace valer sus influencias y de que
en un dos por tres ya te echaste a la bolsa un nombramiento sensacional, me requetecanso.
Y ni tardos ni vertiginosos, ni rudos ni moderados,
ni prepotentes ni disminuidos sino todo lo contrario, comenzamos a fraguar una fenomenal
dosis de proyectos para mandar al diablo al engreído de Rivera y para cantarle sus
cuatro verdades en cuantito renuncies y para escupirle en plena cara que es un mediocre
y un insignificante y que no se vaya a querer poner sabroso, Jorge Andrés, que ni
lo intente porque quién quita y hasta lo golpeamos ahí merito en su oficina y delante
de la despreciativa minifalda que de puro susto se va a desaforar chillando lo mismito
que una rata envenenada pero que después te va a fulminar con unos ojazos de admiración
de este tamaño y a lo mejor hasta se la lleva uno al nuevo trabajo y puede que con
tantita suerte y hasta, sí, claro que sí, todo cabe en un sueñito sabiéndolo acomodar
y para luego es tarde ya estás a la caza de un compadrazgo que nos dé una manita,
un empujoncito para escamotearle el sitio a ese acomodaticio de Rivera y desquitarte
de todas las que nos han hecho y tratar a tus subordinados parecidamente a como
el pérfido de Rivera nos ha tratado, o peor, porque ahora que ya eres el mero mero,
el que las puede todas, el que tiene por el mango la justicia y los derechos y los
privilegios y además entera la sabiduría del mundo y de los siglos, el que juzga,
el que perdona, el que humilla, el que denigra, el que sentencia, el que encumbra
o arruina, el infalible, el lúcido, el estricto, el categórico, el equilibrado,
el justo, el implacable, el sublime, el superior, el dios de casimir inglés detrás
del escritorio al que todos venialmente reverencian y adulan y agasajan pero al
que en el fondo siniestramente envidian y temen y odian, ahora que ya no eres uno
más del montón o uno más de los que aproximan al escalafón sus esperanzas o uno
más que pudo haber sido y no fue sino nada menos que el Señor Don Máximopoder, ahora
que los entrañables de ayer (mira lo que son las cosas) resultan ser los enemigos
emboscados de hoy porque lo que para ellos sigue siendo una infamia hoy es para
ti un negocio y lo que para ellos sigue siendo un vicio hoy es para ti una cuestión
de alta política y así por el estilo, no te pueden ver ni en uno de tus magníficos
retratos espléndidamente distribuidos (salvo por supuesto aquellos jorgeandreses
a los que has invitado a entrarle de punta a punta en el juego de la corrupción
y de la deshonestidad y de la complicidad), ahora que has llegado a estas formidables
alturas y que los agitadores de migajón a tu alrededor nos sentimos un poco tristes
o un poco mancillados o un poco envilecidos y diezmados por el apasionado esfuerzo
de imaginación (tráiganos unos vasitos de agua por favor preciosa y la cuenta de
una vez si es tan amable), ahora justa y brutalmente es hora de partir o sea hora
de cancelar el intercambio de empresas vengativas o sea es hora de convalecer de
la ilusión y de encajar de nueva cuenta en el conformismo y, vulnerados por esa
ausencia de resquicio interior verdadero para la rebeldía, sabedores de que nuestra
jabalina nunca llegará al sol, irrecuperables, nos desdecimos y nos negamos y seamos
sinceros (ahí te va la justificación la excusa la trampa), la verdad es que no se
puede hacer nada, Jorge Andrés, la verdad es que no nos queda otra que aguantar
y parodiar felicidad y qué encanto es la vida (gracias preciosa hasta la próxima
se porta bien ¿eh?) y defender así tu mundito de satisfacciones banales y nuestra
pequeña seguridad, que al fin y al cabo es lo único que importa.
¿Te das cuenta? No es que uno le saque el cuerpo a romperse
el alma, pero hay que ser objetivos y realistas y lo fundamental es permanecer unidos
y conscientes y es una lástima que sea tan tarde y de a pocos la pandilla de héroes
menores nos dispersamos carcomidos tenuemente por la noche y con ese nuestro andar
desganadamente sobrado y arrastrando cada uno su carga de incertidumbre y su sombra
intocada por el gozo, su derrota rutinariamente justificada, su ilícita resignación
(qué barbaridad). Bueno, esto es un mero decir, claro está, no hay por qué hacer
el patético ni el ridículo, no es para tanto, de cuándo acá tan sentimental, sí,
de cuándo acá.
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