Ednodio Quintero
Empezó
con un ligero y tal vez accidental roce de dedos en los senos de ella. Luego un
abrazo y el mirarse sorprendidos. ¿Por qué ellos? ¿Qué oscuro designio los
obligaba a reconocerse de pronto? Después largas noches y soleados días en
inacabable y frenética fiebre.
Cuando a ella se le notaron los síntomas del
embarazo, el padre enfurecido gritó: “Venganza”. Buscó la escopeta, llamó a su
hijo y se la entregó diciéndole:
–Lavarás con sangre la afrenta al honor de tu
hermana.
Él ensilló el caballo moro y se marchó del pueblo,
escopeta al hombro. En sus ojos no brillaba la sed de venganza, pero sí la
tristeza del nunca regresar.
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