Julio Cortázar
Jekyll
sabe muy bien quién es Hyde, pero el conocimiento no es recíproco. A Lucas le
parece que casi todo el mundo comparte la ignorancia de Hyde, lo que ayuda a la
ciudad del hombre a guardar su orden. El mismo opta habitualmente por una
versión unívoca, Lucas a secas, pero sólo por razones de higiene pragmática.
Esta planta es esta planta, Dorita = Dorita, así. Sólo que no se engaña y esta
planta vaya a saber lo que es en otro contexto, y no hablemos de Dorita porque.
En los juegos eróticos tempranamente
encontró Lucas uno de los primeros refractantes, obliterantes o polarizadores
del supuesto principio de identidad. Allí de pronto A no es A, o A es no A.
Regiones de extrema delicia a las nueve y cuarenta virarán al desagrado a las
diez y media, sabores que exaltan el delirio incitarían al vómito si fueran
propuestos por encima de un mantel. Esto (ya) no es esto, porque yo (ya) no soy
yo (el otro yo).
¿Quién cambia allí, en una cama o en el
cosmos: el perfume o el que lo huele? La relación objetiva-subjetiva no
interesa a Lucas; en un caso como en otro, términos definidos escapan a su
definición, Dorita A no es Dorita A, o Lucas B no es Lucas B. Y partiendo de
una instantánea relación A = B, o B = A, la fisión de la costra de lo real se
da en cadena. Tal vez cuando las papilas de A rozan delectablemente las mucosas
de B, todo está resbalando a otra cosa y juega otro juego y calcina los
diccionarios. El tiempo de un quejido, claro, pero Hyde y Jekyll se miran cara
a cara en una relación A => B / B => A. No estaba mal aquella canción del
jazz de los años cuarenta, Doctor Hekyll and Mister Jyde…
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