Juan Manuel Ramírez
Decidí
que la última bala no estaría dirigida a nadie, ni siquiera para mí, porque de
lo que fui no quedaba nada. Esta era una idea muy meditada, como lo son todos
los suicidios. Mi familia tenía razón, nunca he sido un buen padre. La
confirmación de esa certeza hizo que se desmoronara aún más mi mundo. Descubrí
que la pistola que sujetaba entre mis manos era de juguete. Mi revólver cargado
con una única bala iba de camino al colegio en la mochila de mi hijo.
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