Julio Cortázar
Alguna vez, en un tiempo sin horizonte, se acordaría de cómo casi todas las
tardes, la tía Adela escuchaba ese disco con las voces y los coros, de la tristeza
cuando las voces empezaban a salir, una mujer, un hombre y después muchos juntos
cantando una cosa que no se entendía, la etiqueta verde con las explicaciones para
los grandes, Te licis ante terminum, Nunc dimittis, Tía Lorenza decía que
era latín y que hablaba con Dios, y cosas así entonces Wanda se cansaba de no comprender,
de estar triste como cuando Teresita en su casa ponía el disco de Billie Holliday
y lo escuchaba fumando porque la madre de Teresita estaba en el trabajo y el padre
andaba por ahí en los negocios o dormía la siesta y entonces podían fumar tranquilas,
pero escuchar a Billie Holliday era una tristeza hermosa que daban ganas de acostarse
y llorar de felicidad, se estaba tan bien en el cuarto de Teresita con la ventana
cerrada, con el humo, escuchando a Billie Holliday. En su casa le tenían prohibido
cantar esas canciones porque Billie Holliday era negra y había muerto de tanto tomar
drogas, Tía María la obligaba a pasar una hora más en el piano estudiando arpegios,
tía Ernestina la empezaba con el discurso sobre la juventud de ahora, Te lucis
ante Terminum resonaba en la casa donde tía Adelina cosía alumbrándose con una
esfera de cristal llena de agua que recogía (era hermoso) toda la luz de la lámpara
para la costura.
Menos mal que de noche Wanda dormía en la misma cama
que tía Lorenza y allí no había latín ni conferencias sobre el tabaco y los degenerados
de la calle, tía Lorenza apagaba la luz después de rezar y por un momento hablaban
de cualquier cosa, casi siempre del perro Grock, y cuando Wanda iba a dormirse la
ganaba un sentimiento de reconciliación, de estar un poco más protegida de la tristeza
de la casa con el calor de tía Lorenza que resoplaba suavemente, casi como Grock,
caliente y un poco ovillada y resoplando satisfecha como Grock en la alfombra del
comedor.
–Tía Lorenza, no me dejes soñar más con el hombre de
la mano artificial –había suplicado Wanda la noche de la pesadilla–. Por favor,
tía Lorenza, por favor.
Después le había hablado de eso a Teresita y Teresita
se había reído, pero no era para reírse y tía Lorenza tampoco se había reído mientras
le secaba las lágrimas, le daba a beber un vaso de agua y la iba calmando poco a
poco, ayudándola a alejar las imágenes, la mezcla de recuerdos del otro verano y
la pesadilla, el hombre que se parecía tanto a los del álbum del padre de Teresita,
o el callejón sin salida donde al anochecer el hombre de negro, la había acorralado,
acercándose lentamente hasta detenerse y mirarla con toda la luna llena en la cara,
los anteojos de aro metálico, la sombra del sombrero melón ocultándole la frente,
y entonces el movimiento del brazo derecho alzándose hacia ella, la boca de labios
filosos, el alarido o la carrera que la había salvado del final, el vaso de agua
y las caricias de tía Lorenza antes de un lento retorno amedrentado a un sueño que
duraría hasta tarde, el purgante de tía Ernestina, la sopa liviana y los consejos,
otra vez la casa y Nunc dimitis, pero al final permiso para ir a jugar con
Teresita aunque esa muchacha no era de fiar con la educación que le daba la madre,
capaz que hasta le enseñaba cosas pero en fin, peor era verle esa cara demacrada
y un rato de diversión no le haría daño, antes las niñas bordaban a la hora de la
siesta o estudiaban solfeo pero la juventud de ahora…
–No solamente son locas sino idiotas –había dicho Teresita,
pasándole un cigarrillo de los que le robaba a su padre–. Qué tías que te mandaste,
nena. ¿Así que te dieron un purgante? ¿Ya fuiste o qué? Tomá, mirá lo que me prestó
la Chola, están todas las modas de otoño pero fijate primero en las fotos de Ringo,
decime si no es un amor, miralo ahí con esa camisa abierta. Tiene pelitos, fijate.
Después había querido saber más, pero a Wanda le costaba
seguir hablando de eso ahora que de golpe le volvía una visión de fuga, de enloquecida
carrera por el callejón, y eso no era la pesadilla aunque casi tenía que ser el
final de la pesadilla que había olvidado al despertarse gritando. A lo mejor antes,
a fines del otro verano, habría podido hablarle a Teresita pero se había callado
por miedo de que fuera con chismes a tía Ernestina, en esa época Teresita iba todavía
a su casa y las tías le sonsacaban cosas con tostadas y dulce de leche hasta que
se pelearon con la madre y ya no querían recibir más a Teresita aunque a ella la
dejaban ir a su casa algunas tardes cuando tenían visitas y querían estar tranquilas.
Ahora hubiera podido contarle todo a Teresita pero ya no valía la pena porque la
pesadilla era también lo otro, o a lo mejor lo otro había sido parte de la pesadilla,
todo se parecía tanto al álbum del padre de Teresita y nada acababa de veras, era
como esas calles en el álbum que se perdían, a la distancia igual que en las pesadillas.
–Teresita, abrí un poco la ventana, hace tanto calor
con este encierro.
–No seas pava, después mi vieja se aviva que estuvimos
fumando. Tiene un olfato de tigre la Pecosa, en esta casa hay que andarse con cuidado.
–Avisá, ni que fueran a matarte a palos.
–Claro, vos te volvés a tu casa y qué te importa. Siempre
la misma chiquilina, vos.
Pero Wanda ya no era una chiquilina aunque Teresita
se lo refregaba todavía por la cara pero cada vez menos desde la tarde en que también
hacía calor y habían hablado de cosas y después Teresita le había enseñado eso y
todo se había vuelto diferente aunque todavía Teresita la trataba de chiquilina
cuando se enojaba.
–No soy ninguna chiquilina –dijo Wanda, sacando el humo
por la nariz.
–Bueno, bueno, no te pongás. Tenés razón, hace un calor
de tormenta. Mejor nos sacamos la ropa y nos preparamos un vino con hielo. Te voy
a decir una cosa, vos eso lo soñaste por el álbum de papá, y eso que ahí no hay
ninguna mano artificial, pero los sueños ya se sabe. Mirá como se me están desarrollando.
Bajo la blusa no se notaba gran cosa, pero desnudos
tomaban importancia, la volvían mujer, le cambiaban la cara. A Wanda le dio vergüenza
quitarse el vestido y mostrar el pecho donde apenas si asomaban. Uno de los zapatos
de Teresita voló hasta la cama, el otro se perdió bajo el sofá. Pero claro que era
como los hombres del álbum del papá de Teresita, los hombres de negro que se repetían
en casi todas las láminas, Teresita le había mostrado el álbum una tarde de siesta
en que su papá acababa de irse y la casa estaba sola y callada como las salas y
las casas del álbum. Riendo y empujándose de puro nerviosas habían subido al piso
alto donde a veces los padres de Teresita las llamaban para tomar el té en la biblioteca
como señoritas, y en esos días no era cosa de fumar o de beber vino en la pieza
de Teresita porque la Pecosa se daba cuenta en seguida, por eso aprovechaban que
la casa era para ellas solas y subían gritando y empujándose como ahora que Teresita
empujaba a Wanda hasta hacerla caer sentada en el canapé azul y casi con el mismo
gesto se agachaba para bajarse el slip y quedar desnuda delante de Wanda, las dos
mirándose con una risa un poco corta y rara hasta que Teresita soltó una carcajada
y le preguntó si era sonsa o no sabía que ahí crecían pelitos como en el pecho de
Ringo. “Pero yo también tengo”, había dicho Wanda, “me empezaron el otro verano”.
Lo mismo que en el álbum donde todas las mujeres tenían muchos, en casi todas las
láminas iban y venían o estaban sentadas o acostadas en el pasto y en las salas
de espera de las estaciones (“son locas”, opinaba Teresita), y también como ahora
mirándose entre ellas con unos ojos muy grandes y siempre la luna llena aunque no
se la viera en la lámina, todo pasaba en lugares donde había luna llena y las mujeres
andaban desnudas por las calles y las estaciones, cruzándose como si no se vieran
y estuvieran terriblemente solas, y a veces los señores de traje negro o guardapolvo
gris que las miraban ir y venir o estudiaban piedras raras con un microscopio y
sin sacarse el sombrero.
–Tenés razón –dijo Wanda–, se parecía mucho a los hombres
del álbum, y también tenía un sombrero melón y anteojos, era como ellos pero con
una mano artificial, y eso que la otra vez cuando…
–Acabala con la mano artificial– dijo Teresita–. ¿Te
vas a quedar así toda la tarde? Primero te quejás del calor y después la que me
desnudo soy yo.
–Tendría que ir al baño.
–¡El purgante! No, si tus tías son un caso. Andá rápido,
y de vuelta traé más hielo, miralo a Ringo cómo me espía, ángel querido. ¿A usted
le gusta esta barriguita, amoroso? Mirela bien, frótese así y así, la Chola me mata
cuando le devuelva la foto arrugada.
En el baño Wanda había esperado lo más posible para
no tener que volver de nuevo, estaba dolorida y le daba rabia el purgante y también
después Teresita en el canapé azul mirándola como si fuera una nena, burlándose
como la otra vez cuando le había enseñado eso a Wanda no había podido impedir que
la cara se le pusiera como fuego, esas tardes en que todo era diferente, primero
tía Adela dándole permiso para quedarse hasta más tarde en lo de Teresita, total
está ahí al lado y yo tengo que recibir a la directora y a la secretaria de la escuela
de María, con esta casa tan chica mejor te vas a jugar con tu amiga pero cuidado
a la vuelta, venís directamente y nada de quedarte machoneando en la calle con Teresita,
a ésa le gusta irse por ahí, la conozco, después fumando unos cigarrillos nuevos
que el padre de Teresita se había olvidado en su cajón del escritorio, con filtro
dorado y un olor raro, y al final Teresita le había enseñado eso, era difícil acordarse
cómo había ocurrido, estaban hablando del álbum, o a lo mejor lo del álbum era el
principio del verano, aquella tarde estaban más abrigadas y Wanda tenía el pulóver
amarillo, entonces no era todavía el verano, al final no sabía qué decir, se miraban
y se reían, casi sin hablar habían salido a la calle para dar una vuelta por el
lado de la estación, evitando la esquina de la casa de Wanda porque tía Ernestina
no les perdía pisada aunque estuviera con la directora y la secretaria. En el andén
de la estación se habían quedado un rato paseando como si esperaran el tren, mirando
pasar las máquinas que hacían temblar los andenes y llenaban el cielo de humo negro.
Entonces, cuando ya estaban de vuelta y era hora de separarse, Teresita le había
dicho como al descuido que tuviera cuidado con eso, no fuera cosa, y Wanda que había
estado tratando de olvidarse se puso colorada y Teresita se rio y le dijo que lo
de esa tarde no podía saberlo nadie pero que sus tías eran como la Pecosa y que
si se descuidaba cualquier día la pescaban y entonces iba a ver. Se habían reído
otra vez pero era cierto, tenía que ser tía Ernestina la que la sorprendiera al
final de la siesta aunque Wanda había estado segura de que nadie entraría a esa
hora en su cuarto, todo el mundo se había ido a dormir y en el patio se oía la cadena
de Grock y el zumbido de las avispas furiosas de sol y de calor, apenas si había
tenido tiempo de levantarse la sábana hasta el cuello y hacerse la dormida pero
ya era tarde porque tía Ernestina estaba a los pies de la cama, le había arrancado
la sábana de un tirón sin decir una palabra, solamente mirándole el pantalón del
pijama enredado en las pantorrillas. En lo de Teresita cerraban con llave la puerta
y eso que la Pecosa lo tenía prohibido, pero tía María y tía Ernestina hablaban
de los incendios y de que los niños encerrados morían en las llamas, aunque ahora
no era de eso que hablaban tía Ernestina y tía Adela, primero se le habían acercado
sin decir nada y Wanda había tratado de fingir que no comprendía hasta que tía Adela
le agarró la mano y se la retorció, y tía Ernestina le dio la primera bofetada,
después otra y otra, Wanda se defendía llorando, de cara contra la almohada, gritando
que no había hecho nada malo, que solamente le picaba y que entonces, pero tía Adela
se sacó la zapatilla y empezó a pegarle en las nalgas mientras le sujetaba las piernas,
y hablaban de degenerada y de seguramente Teresita y de la juventud y la ingratitud
y las enfermedades y el piano y el encierro pero sobre todo de la degeneración y
las enfermedades hasta que tía Lorenza se levantó asustada por los gritos y los
llantos y de golpe hubo calma, quedó solamente tía Lorenza mirándola afligida, sin
calmarla ni acariciarla pero siempre tía Lorenza como ahora le daba un vaso de agua
y la protegía del hombre de negro, repitiéndole al oído que iba a dormir bien, que
no iba a tener de nuevo la pesadilla.
–Comiste demasiado puchero, me fijé. El puchero es pesado
de noche, igual que las naranjas. Vamos, ya pasó, dormite, estoy aquí, no vas a
soñar más.
–¿Qué estás esperando para sacarte la ropa? ¿Tenés que
ir de nuevo al baño? Te vas a dar vuelta como un guante, tus tías son locas.
–No hace tanto calor como para estar desnudas –había
dicho Wanda aquella tarde, quitándose el vestido.
–Vos fuiste la que empezó con lo del calor. Dame el
hielo y traé los vasos, todavía queda vino dulce pero ayer la Pecosa estuvo mirando
la botella y puso la cara. Si se la conoceré, la cara. No dice nada pero pone la
cara y sabe que yo sé. Menos mal que el viejo no piensa más que en los negocios
y se las pica todo el tiempo. Es cierto, ya tenés pelos pero pocos, todavía parecés
una nena. Te voy a mostrar una cosa en la biblioteca si me jurás.
Teresita había descubierto el álbum de casualidad, la
estantería cerrada con llave, tu papá guarda los libros científicos que no son cosas
para tu edad, qué idiotas, se les había quedado entornada y había diccionarios y
un libro con el lomo escondido, justamente como para no darse cuenta, y además otro
con las láminas anatómicas que no eran como las del liceo, ésas estaban completamente
terminadas, pero apenas sacó el álbum las planchas de anatomía dejaron de interesarle
porque el álbum era como una fotonovela pero tan rara, los letreros una lástima
en francés y apenas se entendían algunas palabras sueltas, le sérénité est sur
le point basculer, sérénité quería decir serenidad pero basculer quién
sabe, era una palabra rara, bas quería decir media, les bas Diro de
la Pecosa, pero culer, las medias del culer no quería decir nada,
y las mujeres de las láminas estaban siempre desnudas o con polleras y túnicas pero
no llevaban medias, a lo mejor era otra cosa y Wanda también había pensado lo mismo
cuando Teresita le mostró el álbum y se habían reído como locas, eso era lo bueno
con Wanda en las tardes de siesta cuando las dejaban solas en la casa.
–No hace tanto calor para sacarse la ropa– dijo Wanda–.
¿Por qué sos tan exagerada? Yo te dije, cierto, pero no quería decir eso.
–¿Entonces no te gusta estar como las mujeres de las
láminas? –se burló Teresita estirándose en el canapé–. Mirame bien y decí si no
estoy idéntica a ésa donde todo es como cristal y a lo lejos se ve a un hombre chiquitito
que viene por la calle. Sacate el slip, idiota, no ves que estropeás el efecto.
–No me acuerdo de esa lámina –dijo Wanda, apoyando indecisamente
los dedos en el elástico del slip–. Ah sí, creo que me acuerdo, había una lámpara
en el cielo raso y en fondo un cuadro azul con una luna llena. Todo era azul, verdad.
Vaya a saber por qué la tarde del álbum se había detenido
mucho tiempo en esa lámina aunque había otras más excitantes, extrañas, por ejemplo
la de Orphée que en el diccionario quería decir Orfeo el padre de la música que
bajó a los infiernos, y eso que en la lámina no había ningún infierno y apenas una
calle con casas de ladrillos rojos, un poco como al comienzo de la pesadilla aunque
después todo había cambiado y era otra vez el callejón con el hombre de la mano
artificial, y por esa calle de casas de ladrillos rojos venía Orfeo desnudo, Teresita
le había mostrado enseguida aunque a primera vista Wanda había pensado que era otra
de las mujeres desnudas hasta que Teresita soltó la risa y puso el dedo ahí mismo
y Wanda vio que era un hombre muy joven pero un hombre y se quedaron mirando y estudiando
a Orfeo y preguntándose quién sería la mujer de espaldas en el jardín y por qué
estaría de espaldas con el cierre relámpago de la pollera desabrochado a medias
como si eso fuera una manera de pasearse por el jardín.
–Es un adorno, no un cierre relámpago –descubrió Wanda–.
Da la impresión pero si te fijás es una especie de dobladillo que parece un cierre.
Lo que no se entiende es por qué Orfeo viene por la calle y está desnudo y la mujer
se queda de espaldas en el jardín detrás de la pared, es rarísimo. Orfeo parece
una mujer con esa piel tan blanca y esas caderas. Si no fuera por eso, claro.
–Vamos a buscar otro donde se vea de más cerca –dijo
Teresita–. ¿Vos ya viste hombres?
–No, cómo querés –dijo Wanda–. Yo sé cómo es pero cómo
querés que vea. Es como los nenes pero más grande, ¿no? Como Grock, pero es un perro,
no es lo mismo.
–La Chola dice que cuando están enamorados les crece
el triple y entonces es cuando se produce la fecundación.
–¿Para tener hijos? ¿La fecundación es eso o qué?
–Sos pava, nenita. Mirá esta otra, casi parece la misma
calle pero hay dos mujeres desnudas. ¿Por qué pinta tantas mujeres ese desgraciado?
Fijate, parecería que se cruzan sin conocerse y cada una sigue para su lado, están
completamente locas, desnudas en plena calle y ningún vigilante que proteste, eso
no puede suceder en ninguna parte. Fijate esta otra, hay un hombre pero está vestido
y se esconde en una casa, se le ve nomás la cara y una mano. Y esa mujer vestida
de ramas y hojas, si te digo que están locas.
–No vas a soñar más –prometió tía Lorenza acariciándola–.
Dormite ahora, vas a ver que no vas a soñar más.
–Es cierto, ya tenés pelos pero pocos –había dicho Teresita–.
Es raro, todavía parecés una nena. Encendeme el cigarrillo. Vení.
–No, no –había dicho Wanda, queriendo soltarse–. ¿Qué
hacés? No quiero, dejame.
–Qué sonsa sos. Mirá, vas a ver, yo te enseño. Pero
si no te hago nada, quedate quieta y vas a ver.
Por la noche la habían mandado a la cama sin permitirle
que las besara, la cena había sido como en las láminas donde todo era silencio,
solamente tía Lorenza la miraba de cuando en cuando y le servía la cena, por la
tarde había escuchado de lejos el disco de tía Adela y las voces le llegaban como
si la estuvieran acusando, Te lucis ante terminum, ya había decidido suicidarse
y le hacía bien llorar pensando en tía Lorenza cuando la encontrara muerta y todas
se arrepintieran, se suicidaría tirándose al jardín desde la azotea o abriéndose
las venas con la gillette de tía Ernestina pero todavía no porque antes tenía que
escribirle una carta de adiós a Teresita diciéndole que la perdonaba, y otra a la
profesora de geografía que le había regalado el atlas encuadernado, y menos mal
que tía Ernestina y tía Adela no estaban enteradas de que Teresita y ella habían
ido a la estación para ver pasar los trenes y que por la tarde fumaban y tomaban
vino, y sobre todo de aquella vez al caer la tarde cuando habían vuelto a casa de
Teresita y en vez de cruzar como le mandaban había dado una vuelta manzana y el
hombre de negro se le había acercado para preguntarle la hora como en la pesadilla,
y a lo mejor era solamente la pesadilla, oh sí Dios querido, justo en la entrada
del callejón que terminaba en la tapia con enredaderas, y tampoco entonces se había
dado cuenta (pero a lo mejor era solamente la pesadilla) de que el hombre escondía
una mano en el traje negro hasta que empezó a sacarla muy despacio mientras le preguntaba
la hora y era una mano como de cera rosa con los dedos duros y entrecerrados, que
se atascaba en el bolsillo del saco y salía poco a poco a tirones, y entonces Wanda
había corrido alejándose de la entrada del callejón pero casi no se acordaba de
haber corrido y haber escapado del hombre que quería acorralarla en el fondo del
callejón, había como un hueco porque el terror de la mano artificial y de la boca
de labios filosos fijaba ese momento y no había ni antes ni después como cuando
tía Lorenza le había dado a beber un vaso de agua, en la pesadilla no había ni antes
ni después y para peor ella no podía contarle a tía Lorenza que no era solamente
un sueño porque ya no estaba segura y tenía miedo de que supieran y todo se mezclaba
y Teresita y lo único seguro era que tía Lorenza estaba allí contra ella en la cama,
abrigándola en sus brazos y prometiéndole un sueño tranquilo, acariciándole el pelo
y prometiéndole.
–¿Verdad que te gusta? –dijo Teresita– También se puede
hacer así, mirá.
–No, no, por favor –dijo Wanda.
–Pero sí, todavía es mejor, se siente doble, la Chola
lo hace así y yo también, ves como te gusta, no mientas, si querés acostate aquí
y lo hacés vos misma ahora que sabés.
–Dormite, querida –había dicho tía Lorenza–, vas a ver
que no vas a soñar más.
Pero era Teresita la que se reclinaba con los ojos entornados,
como si de golpe estuviera tan cansada después de haberle enseñado a Wanda, y se
parecía a la mujer rubia del canapé azul solamente más joven y más morocha, y Wanda
pensaba en la otra mujer de la lámina que miraba una vela encendida aunque en la
habitación de cristales había una lámpara en el cielo raso, y la calle con los faroles
y el hombre a la distancia parecía entrar en la habitación, formar parte de la habitación
como casi siempre en esas láminas aunque ninguna les había parecido tan rara como
la que se llamaba las damiselas de Tongres, porque demoiselles en francés
quería decir damiselas y mientras Wanda miraba a Teresita que respiraba fatigosamente
como si estuviera muy cansada era lo mismo que estar viendo la lámina con las damiselas
de Tongres, que debía ser un lugar porque estaba con mayúscula, abrazándose envueltas
en túnicas azules y rojas pero desnudas debajo de las túnicas, y una tenía los pechos
al aire y acariciaba a la otra y las dos tenían boinas negras y pelo largo rubio,
la acariciaba pasándole los dedos por debajo de la espalda como había hecho Teresita,
y el hombre calvo con guardapolvo gris era como el doctor Fontana cuando tía Ernestina
la había llevado y el doctor después de hablar en secreto con tía Ernestina le había
dicho que se desvistiera y ella tenía trece años y ya le empezaba el desarrollo
y por eso tía Ernestina la llevaba porque a lo mejor no era solamente por eso porque
el doctor Fontana se puso a reír y Wanda escuchó cuando le decía a la tía Ernestina
que esas cosas no tenían tanta importancia y que no había que exagerar, y después
la auscultó le miró los ojos y tenía un guardapolvos que parecía el de la lámina
solamente que era blanco, y le dijo que se acostara en la camilla y la palpó por
abajo y tía Ernestina estaba ahí pero se había ido a mirar por la ventana aunque
no se podía ver la calle porque la ventana tenía visillos blancos, hasta que el
doctor Fontana la llamó y le dijo que no se preocupara y Wanda se vistió mientras
el doctor escribía una receta con un tónico y un jarabe para los bronquios, y la
noche de la pesadilla había sido un poco así porque al principio el hombre de negro
era amable y sonriente como el doctor Fontana y solamente quería saber la hora,
pero después venía el callejón como la tarde en que ella había dado vuelta la manzana,
y al final no le quedaba más remedio que suicidarse con la gillette o tirándose
de la azotea después de escribirle a la profesora y a Teresita.
–Sos idiota –había dicho Teresita–– Primero dejás la
puerta abierta como una pava, y después ni siquiera sos capaz de disimular. Te prevengo,
si tus tías le vienen con el cuento a la Pecosa, porque seguro que me lo van a achacar
a mí, voy de cabeza a un colegio interno, ya papá me previno.
–Bebé un poco más –dijo tía Lorenza–. Ahora vas a dormir
hasta mañana sin soñar nada.
Eso era lo peor, no poder contarle a tía Lorenza, explicarle
por qué se había escapado de la casa la tarde de tía Ernestina y tía Adela y había
andado por calles y calles sin saber qué hacer, pensando que tenía que suicidarse
enseguida, tirarse debajo de un tren, y mirando para todos lados porque a lo mejor
el hombre estaba de nuevo ahí y cuando llegara a un lugar solitario se le acercaría
para preguntarle la hora, a lo mejor las mujeres de las láminas andaban desnudas
por esas calles porque también se habían escapado de sus casas y tenían miedo de
esos hombres de guardapolvo gris o de traje negro como el hombre del callejón, pero
en las láminas había muchas mujeres y en cambio ahora ella andaba sola por las calles,
aunque menos mal que no estaba desnuda como las otras y que ninguna venía a abrazarla
con una túnica roja o a decirle que se acostara como le había dicho Teresita y el
doctor Fontana.
–Billie Holliday era negra y murió de tanto tomar drogas
–dijo Teresita–. Tenía alucinaciones y esas cosas.
–¿Qué es alucinaciones?
–No sé, es algo terrible, gritan y se retuercen. ¿Sabés
que tenés razón? Hace un calor de tormenta. Mejor nos sacamos la ropa.
–No hace tanto calor como para estar desnudas –había
dicho Wanda.
–Comiste demasiado puchero –dijo tía Lorenza–. El puchero
es pesado de noche, igual que las naranjas.
–También se puede hacer así, mirá –había dicho Teresita.
Quién sabe por qué la lámina que más recordaba era la
de esa calle angosta con árboles de un lado y una puerta en primer plano en la otra
acera, para colmo en mitad de la calle una mesita con una lámpara encendida y eso
que era pleno día. “Acababa con la mano artificial”, había dicho Teresita. “¿Te
vas a quedar así toda la tarde? Primero te quejás de calor y después la que me desnudo
soy yo”. En la lámina ella se alejaba arrastrando por el suelo una túnica oscura,
y en la puerta en primer plano estaba Teresita mirando la mesa con la lámpara, sin
darse cuenta de que al fondo el hombre de negro esperaba a Wanda, inmóvil a un lado
de la calle. “Pero no somos nosotras”, había pensado Wanda, “son mujeres grandes
que andan desnudas por la calle, no somos nosotras, es como la pesadilla, una cree
que está pero no está, y tía Lorenza no me dejará seguir soñando”. Si hubiera podido
pedirle a tía Lorenza que la salvara de las calles, que no la dejara tirarse debajo
de un tren, que no volviera a aparecer el hombre de negro que en la lámina esperaba
en el fondo de la calle, ahora que estaba dando la vuelta manzana (“vení directamente
y nada de quedarte machoneando en la calle”, había dicho tía Adela) y el hombre
de negro se le acercaba para preguntarle la hora y la acorralaba lentamente en el
callejón sin ventanas, cada vez más pegada a la tapia con enredaderas, incapaz de
gritar o suplicar o defenderse como en la pesadilla, pero en la pesadilla había
un hueco final porque tía Lorenza estaba ahí calmándola y todo se borraba con el
sabor del agua fresca y las caricias, y también la tarde del callejón terminaba
en un hueco cuando Wanda había salido corriendo sin mirar atrás hasta meterse en
su casa y trancar la puerta y llamar a Grock para que cuidara la entrada ya que
no podía contarle la verdad a tía Adela. Ahora de nuevo todo era como antes pero
en el callejón ya no había ese hueco, ya no se podía escapar ni despertar, el hombre
de negro la acorralaba contra la tapia y tía Lorenza no iba a calmarla, estaba sola
en ese anochecer con el hombre de negro que le había preguntado la hora, que se
acercaba a la tapia y empezaba a sacar la mano del bolsillo, cada vez más cerca
de Wanda pegada contra las enredaderas, y el hombre de negro ya no preguntaba la
hora, la mano de cera buscaba algo contra ella, debajo de la pollera, y la voz del
hombre le decía al oído quédate quieta y no llores, que vamos a hacer lo que te
enseñó Teresita.
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