Ricardo Bernal
Había una vez dos brujas que
vivían dentro de un cráneo. Lucas, el dueño del cráneo, cada mañana se miraba en
el espejo sin sospechar que esos ojos de perro amarillo eran en realidad dos ventanas
desde donde las brujas contemplaban el exterior. No sabía que dos viejas brujas
pensaban sus pensamientos y soñaban sus sueños. No sabía que dos viejas y terribles
brujas lo habitaban.
Algunas veces, mientras Lucas trataba de dormir, las
brujas invitaban a sus amigas y organizaban unas fiestas: sacrificaban gallinas,
encendían cigarros enormes y preparaban todo tipo de brebajes. Luego, ponían en
el fonógrafo los viejos discos de Gardel y bailaban tango toda la noche entre pisotones
y alaridos. Lucas, desesperado, daba vueltas y vueltas en su cama; maldiciendo las
cuatro tazas de café que seguramente le habían espantado el sueño.
Otras veces, las brujas entraban de puntitas a la
cocina del cráneo y abrían las desvencijadas puertas de la alacena. Con dedos largos
y malignas intenciones, mezclaban las sustancias de los frascos donde Lucas guardaba
sus recuerdos. Imágenes desordenadas aparecían entonces en la pantalla de su memoria:
recordaba a su padre con la cara enjabonada y una navaja de afeitar en la mano,
mirando sorprendido la orden de arresto que le mostraban los gendarmes; recordaba
la madrugada de lluvia y hojarasca cuando él y su amigo Mateo encontraron el tesoro
oculto en la cueva de los dinosaurios; recordaba los gestos y las manos heladas
de sus hermanita María, muerta de leucemia a los siete años; recordaba el sabor
de la sangre, y recordaba también a Berenice, la misteriosa mujer de verdes ojos
y medias negras que hizo de su corazón un tololoche, arruinándolo para siempre.
Las brujas comían palomitas de maíz y se morían de
risa al mirar los recuerdos de Lucas. De pronto, dos horribles dentaduras postizas
se desencajaban de sus bocas abiertas y volaban por todo el cráneo castañeteando
los dientes. Las brujas, asombradas, sacaban sus redes de cazar mariposas y trataban
de atraparlas, estrellando a su paso algunos de los frascos. Cuando las dentaduras
volvían a sus respectivos lugares, los recuerdos encharcaban los tapetes de la sala;
y afuera, los ojos de Lucas se inundaban.
Fue un martes trece de abril cuando Lucas sufrió el
delirium tremens. Eran las cuatro de la tarde y las brujas se aburrían. Ya habían
zurcido sus calcetas y lavado los platos; ya habían leído todas las revistas y resuelto
los crucigramas; durante horas habían jugado al ajedrez y al final se habían comido
el tablero con todo y piezas. Buscando en qué entretenerse fueron a dar a la biblioteca
del cráneo. Entre tratados de alquimia y libros de ocultismo encontraron el pequeño
Larousse; lo desempolvaron, lo abrieron al azar y de sus páginas arrancaron a la
palabra ESDRÚJULA, que se retorció asustada entre sus dedos. Las brujas se miraron,
divertidas y siguieron arrancando palabras esdrújulas del diccionario: las palabras
ESPANTAPÁJAROS, MURCIÉLAGO, CÁNTARO, BOLÍGRAFO, MATEMÁTICAS, ETCÉTERA. Cuando habían
juntado las suficientes, las clavaron entre sí y construyeron una escalera; luego
enrollaron el tapete y con un serrucho oxidado cortaron las tablas del piso; se
asomaron por el oscuro agujero y decidieron bajar a conocer el corazón de Lucas.
Con su larga escalera de palabras esdrújulas y sus cascos anaranjados de explorar
minas, comenzaron a descender poco a poco. Lucas revolvía el cajón de su buró buscando
las pastillas para el dolor de garganta; de pronto sintió un fuerte golpe en el
pecho y perdió el conocimiento; en esos instantes, las brujas acababan de abrir
las puertas metálicas de su corazón…
Es difícil comprender los motivos del corazón. Es
difícil caminar a ciegas.
Las brujas entraron a la oscuridad alumbrando con
sus linternas los rincones: esqueletos de lagartija, crisoles empolvados, máscaras,
muñecas muertas. En ese lugar de pesadilla el tiempo se había detenido para siempre.
En el piso había un pentágono de sal y en medio del pentágono un retrato desgastado:
era Berenice, la última habitante en el prodigioso universo de Lucas. Al mirar esos
ojos verdes y esa sonrisa sin boca, las brujas comprendieron que ella había sido
la culpable de tanta desolación. Furiosas, hicieron añicos el retrato y juntaron
montones de basura para incendiar de una vez por todas las entelarañadas paredes
del tenebroso corazón de Lucas. La demoniaca bestia del fuego hizo su aparición
con las fauces abiertas y el odio en la mirada; Lucas volvió en sí al sentir sus
colmillos clavándosele por dentro mientras las brujas gritaban. Enloquecido, salió
corriendo de su casa para buscar una cantina y apagar el fuego y los gritos con
largos, largos tragos de ajenjo. Recorrió callejuelas y puentes hasta llegar al
embarcadero; ahí, entre construcciones góticas y luces de artificio, encontró el
famoso bar de su amigo Edipo y entró en él con la misma devoción con que un monje
zen entraría a su sagrado templo interno. Las brujas habían quemado amuletos, sustancias,
pergaminos; cuando el incendio fue total, sonrieron satisfechas y decidieron echarse
una merecida siesta sin preocuparse por el fuego: no podía dañarlas, habían sido
discípulas de Freja, la poderosa Dueña de los elementos; y por lo visto, habían
aprendido muy bien sus enseñanzas.
Es difícil comprender los motivos del corazón. Es
difícil comprender la terrible sed de un corazón incendiado… En el bar de Edipo,
Lucas se dedicó a beber toda la noche.
Botella # 1.- Lucas habla solo mientras dos brujas
duermen; el dolor es un gusano enamorado de su columna vertebral.
Botella # 2.- El descompuesto reloj de la barra da
la una doce veces. Los últimos marineros abandonan el bar, apoyando sus borracheras
en los hombros adolescentes de frágiles prostitutas. Una lagrimita recién nacida
se asoma por el ojo izquierdo de Lucas y decide bajar a su enmarañada barba pelirroja.
Botella # 3.- Edipo cierra por fuera la puerta del
bar, guarda las llaves, prende su pipa y busca un taxi que lo lleve rumbo a casa;
en el camino va pensando en su pobre, pobrecito amigo Lucas. Arriba bailan siete
lunas.
Botella # 4.- La neblina del embarcadero entra al
bar por la cerradura y forma una figura femenina. La figura se detiene frente a
Lucas, toca su rostro y antes de desaparecer le da una flor negra que saca de sus
ropajes. Las sillas crujen. A lo lejos aúlla un hombre lobo.
Botella # 5.- Lucas Balbucea; en sus ojos, los oscuros
pájaros de llanto construyen nidos de cristal; en su corazón incendiado, dos pequeñas
brujas se despiertan. En silencio, el silencio sonríe.
Botella # 6.- En medio de una tempestad de carcajadas
y vidrios rotos el corazón de Lucas explota, dejando escapar a dos brujas montadas
en una escoba. Las brujas se despiden de Lucas mondándole besitos, salen por la
ventana y se van volando más allá de las constelaciones para aterrizar, tal vez,
en las páginas de otra historia. Lucas cierra los ojos y aprieta los dientes.
Botella # 7.- Lucas se borra: el barco de su subconsciente
navega por lagunas mentales y océanos de olvido. Al abrir los ojos, Lucas se descubre
en un lugar desconocido…
(Cuenta la leyenda que Lucas recorrió durante horas
los alrededores tratando de reconocer el lugar. La confusión pintaba de gris todas
las cosas y en cada rincón se desarrollaba una escena diferente: viscosos cerdos
rosas celebraban misas negras; enormes monstruos oceánicos salían de un mar de plomo
y devoraban niños; extraños demonios sin rostro extendían sus deformes alas y lo
señalaban, diciendo oscuras frases cabalísticas: “abracadabra honorable Lucas, bienvenido
seas al maravilloso país del Delirium Tremens. Haz el favor de acompañarnos. Son
las cinco de la tarde y su majestad, la reina, te está esperando en sus aposentos
para tomar el té”.
Cuenta la leyenda que Lucas fue llevado por bosques
laberínticos hasta las amuralladas fronteras de un castillo nebuloso. Blancos eran
el foso y los jardines; blancos los árboles, blancas las flores y las mariposas;
blancas eran las torres, blancos los peldaños y blancas las galerías; también era
blanco el trono de la reina… Berenice, quien recibió a Lucas con una sonrisa misteriosa.
Cuenta la leyenda que el nombre sagrado de su amada
se derritió lento como una hostia en los labios de Lucas).
Botella # 8.- Lucas muere.
Ha pasado mucho tiempo desde entonces. Lucas se aburre
en la casa de la Muerte; cada mañana se mira en el espejo y sólo encuentra reflejado
el rostro invisible de la inexistencia. Por las noches el repartidor de sueños pasa
frente a su puerta pero nunca se detiene… Ahora Lucas conoce la verdadera, la triste,
la infinita soledad.
Sin embargo, algún día Lucas se asomará por la ventana
y verá las luces rojas, las luces verdes y las luces azules de la ambulancia. Algún
día, Lucas escuchará las voces de los camilleros gritando su nombre. Algún día,
Lucas será llevado respetuosamente a la confortable habitación sin puertas ni ventanas
que dos pequeñas brujas le tienen reservada en el último rincón de los infiernos.
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