Alberto Barrera
Durante
ese verano, ese otoño y esa primavera, la cigarra cantó, leyó libros
maravillosos, se hinchó de frutas de comarcas lejanas, fornicó y bebió hasta
desfallecer, durmió sobre el humo de las tablas de sauce. Mientras, la hormiga –que
sabe leer y conoce la historia– saqueó con su modestia la montaña, llenó de
hojas, migajas y restos de vecinos muertos toda su cueva. Meticulosa, la
hormiga pasó el año ahorrando para cuando el viento y la lluvia feroz.
Y llegó el invierno (como suele suceder en
la literatura y en el mundo) y arrasó con todos los planetas. Del reino sólo
quedaron raíces y hojas de plátano, susurros atrapados bajo hielo, cadáveres
simples y pequeños (cigarras y hormigas, por ejemplo).
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