Queta Navagómez
Dio
cuerda a diminutos murciélagos que revolotearon en la reducida cocina de su
departamento en condominio y los contempló arrobada. Cuando los animalillos
cayeron al suelo, despertó del sueño.
Introdujo la poción mágica en el horno de
microondas… Aventó al sofá su negro gato de peluche y maldijo el reglamento que
prohibía los animales domésticos en las habitaciones.
Suspiró profundamente, se colocó la
máscara antigases y en su flamante aspiradora salió a dar el acostumbrado paseo
por la ciudad, en esa contaminada noche de luna llena.
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