Queta Navagómez
En
medio de la densa oscuridad alguien lo guiaba. Los haces de luz de la potente
lámpara de un faro se detenían frente a su pequeña y maltrecha embarcación,
mostrándole el camino hacia el puerto. El pescador llevaba días perdido en el
mar y aquella luz se volvió su asidero. Detuvo al fin su embarcación en un
muelle de maderas podridas y corrió hacia la luminiscencia, con la intención de
agradecer a quien lo había salvado. Escaló el faro mientras la luz bienhechora
moría lentamente. Al llegar arriba palpó y se dio cuenta de que la lámpara que
lo había guiado estaba rota, cubierta por años y años de polvo.
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