domingo, 14 de enero de 2024

La mesa

Queta Navagómez

 

Cuando Sergio llegó a casa, lo esperaba una mesa colmada de viandas: el mole verde que tanto le gustaba, arroz a la mexicana, chilaquiles, frijoles chinitos, tamales de rajas y de piña, vasos con agua, cerveza y tequila: naranjas, manzanas y guayabas en montoncitos… Sobre una servilleta blanquísima, panes, grandes, muchos, con azúcar o con ajonjolí. En la mesa estaba expuesto el cariño de mamá. Al sentarse para comer miró hacia la puerta: afuera había hombres, mujeres, ancianos y niños con la angustia en el rostro. Les notó el hambre y dijo:

–Pasen, vengan a comer de lo que me preparó mamá.

Los invitados entraron en tropel. El hambre era mucha, en minutos dieron cuenta del banquete y se fueron agradecidos, satisfechos. Sergio aspiró el olor de lo que habían dejado y se sentó a esperar a que mamá entrara a la sala, deseoso de verla después de tantos meses…

Volvió a mirar hacia la puerta y encontró otra multitud hambrienta. Claro, con los panteones cerrados, con tantos que se murieron de coronavirus como yo, andan las ánimas buscando dónde les den de comer este primero de noviembre, reflexionó. En la mesa aún quedaban aromas, ardían las veladoras, deslumbraba el cempasúchil.

–Vengan a comer de lo que me preparó mamá –dijo.

Los invitados entraron en tropel.

 

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