Antonio Muñoz Molina
Sé
que arriesgo lo que queda de mi prestigio profesional y que mi equilibrio
psíquico tal vez no sobreviva intacto a la investigación en medio de la cual me
encuentro, pero aun así creo que estoy en condiciones de afirmar como seguro lo
que hasta ahora era un rumor, una leyenda, una hipótesis desmentida por muchos,
entre ellos, principalmente, alguno de los afectados: la Brigada de la Realidad
existe, la Brigada de la Realidad se encuentra entre nosotros y actúa, no con
regularidad ni desde luego a la luz pública, pero sí con una casi omnipresencia
que yo me atrevería a calificar de aterradora, y con una amplitud y
sofisticación de medios a su alcance que la vuelve tan invencible (tan
ineludible) como indetectable.
No deja rastros involuntarios porque su pulcritud
es tan perfecta como su instantaneidad, pero a veces sí indicios de su paso,
marcas que indican su responsabilidad en algunos hechos increíbles. No es
exactamente habitual, pero sí frecuente, que aparezcan en la vivienda, o en la
ropa, o en algún objeto muy personal de un abducido las ya temidas iniciales “B.R.”,
o bien un acrónimo que yo no he llegado a ver nunca, pero que es algo parecido
a “BRIDAD” o a “BREAL”. Sobre lo que no hay la menor duda es sobre el lema o
contraseña que rige todas sus actuaciones, y que, según parece, está inscrito
en los uniformes de algunos de sus miembros. Según algunos testimonios, en la
espalda, a modo del letrero de un chándal; según otros, en la visera de las
gorras, que son negras y de cuero, con unas orejeras voluminosas que tal vez
oculten los micrófonos a través de los cuales dichos miembros reciben
instrucciones. Más de un abducido no olvidará nunca más esa contraseña: “Del
dicho al hecho”.
El uso de la palabra abducidos
es, por supuesto, ocurrencia mía, y, que yo sepa, no tiene nada que ver con el
lenguaje interior de la organización, lenguaje del que por lo demás ni yo ni
nadie tenemos más que indicios. Me parece, sin embargo, una palabra muy útil,
que tiene la ventaja de aludir a situaciones que, si bien disparatadas y
fantásticas, guardan cierta semejanza con las actividades de la Brigada de la
Realidad. Para explicarme usaré un ejemplo, uno de los casos más completos que
he llegado a conocer, y del que guardo una carpeta en mi archivo (archivo
informático y encriptado, por supuesto, pero me temo que no por eso menos
vulnerable a las pesquisas de la BR que una anticuada carpeta en un armario
metálico). Daré sólo iniciales, más que nada por respeto a la intimidad de los
afectados, casi todos ellos personas de alta relevancia política o intelectual.
El conocido columnista y crítico cinematográfico XX
se encontraba, como todos los días, participando en su tertulia de la emisora
ZZ, en la cual se viene distinguiendo por el radicalismo de sus opiniones y la
crudeza de su lenguaje, que le ha ganado gran número de adeptos, así como una
fama de sujeto auténtico y visceral que ha aumentado mucho su cotización entre
los directivos de las emisoras, siempre ávidos de tener en nómina a un garbanzo
negro, a un provocador. Ese día en concreto, el columnista y crítico XX,
enemigo furibundo de las hipocresías de la democracia burguesa, declaró en los
micrófonos que el sistema político actual era la misma mierda (sic) que el
régimen franquista. Apenas salió de la emisora, unos hombres uniformados de
negro (o de gris oscuro, o de azul marino) lo rodearon con suavidad, lo
introdujeron en un vehículo que, según recuerda, era muy raro y
extraordinariamente silencioso, y unos minutos después XX, sin saber cómo, se
vio corriendo por una avenida de la Ciudad Universitaria de Madrid, y, al
volver la cabeza, sin saber la razón de su velocidad ni de su pánico, vio que
unos guardias (éstos sí que de indudable gris) se arrojaban sobre él gritándole
toda clase de insultos, y golpeándolo con unas porras de goma que le laceraban
la espalda, la nuca, la parte trasera de las piernas. Como un guiñapo lo
tiraron al interior de un jeep, donde otros guardias le dieron patadas en el
pecho y en la cara, y un instante después se encontró en una celda, tiritando
de frío, con la sensación de llevar allí encerrado mucho tiempo. Oyó gritos muy
cerca: alguien estaba siendo torturado. Se abrió la puerta de su celda, y XX
sintió que le flaqueaban las piernas cuando unos guardias le pusieron unas
esposas y le dijeron con sádico cachondeo que ahora se iba a enterar de lo que
valía un peine. En el despacho donde le hicieron entrar había un retrato del
general Franco y un calendario de marzo de 1973.
Lo que ocurrió a continuación, XX no puede tampoco
explicarlo: cuando la mano abierta de un policía de paisano se acercaba a su
cara empezó a temblar y a llorar suplicando que no le pegaran, cerró los ojos
y, al abrirlos, estaba otra vez en la puerta de su emisora: le dio tiempo a ver
a los hombres vestidos de negro o de azul marino con las gorras de cuero con
orejeras y viseras cortas haciéndole una señal mientras subían a su bólido o
artefacto volador de forma aerodinámica y con las iniciales “B.R.” en los
laterales.
He oído (pero no puedo asegurarlo) que un célebre
tribuno nacionalista al que daré las iniciales JK sufrió una abducción
semejante, minutos después de declarar que los presos de su nacionalidad,
miembros de una también célebre organización terrorista o patriótica, se
encontraban “en cárceles de exterminio”. La Brigada de la Realidad actuó con
una rapidez aún más instantánea de lo que es habitual en ella, y el tribuno JK
se encontró preso, durante unos minutos que para él equivalieron a semanas, en
un lugar como el que describían sus palabras, una celda no se sabe si de la
Gestapo o de la NKVD: se habrá observado que este tribuno últimamente mide un
poco más sus palabras, sin duda temiendo que otra vez la BR ponga en práctica
su lema y las convierta en hechos, lugares y sensaciones tangibles.
¿Qué tecnologías de última generación, qué
propulsores o generadores de realidad virtual se manejan en los laboratorios de
la BR, qué sistemas de espionaje le permiten estar al tanto de las afirmaciones
que ponen en marcha los mecanismos fulminantes de su intervención? El sentido
del espacio y del tiempo de los abducidos sufren en segundos distorsiones
radicales. Provisionalmente, mi teoría es ésta: quizá en los laboratorios de
esta organización se ha encontrado un método no de intervenir desde fuera, sino
de provocar que estallen los núcleos de realidad que tienen las palabras,
generando algo parecido a la explosión en cadena originada por la fusión del
átomo…
Examinemos el caso del filósofo, gastrónomo y
premio Nobel ZV, tan famoso por su afición a los restaurantes y a los hoteles
de lujo como por su amistad con Fidel Castro y su propagandismo permanente en
defensa del actual régimen cubano. Invitado por un amigo español, empresario y
diplomático, el mencionado ZV se disponía a degustar en el restaurante Zalacaín
de Madrid una langosta thermidor, al mismo tiempo que ponía en ridículo a los
opositores a Fidel (él le llama así) y elogiaba el sistema económico-cubano,
comparándolo ventajosamente con las corruptas democracias europeas. Un testigo
presencial (que no me deja repetir su nombre) advirtió que los camareros, en
vez de la tradicional chaquetilla blanca, llevaban raros uniformes negros muy
ceñidos. Otra persona, que también me ruega que respete su anonimato, vio que
la langosta desaparecía del plato del filósofo, y que cuando éste quiso hincar
el tenedor, lo que encontró fue una ración de fríjoles duros, con briznas de
cerdo seco y un pegote de arroz con sabor a petróleo, elementos todos, según se
comprobó después, de la dieta de un trabajador cubano sin acceso a las ventajas
del dólar. Escandalizado, ZV se marchó del restaurante y se dirigió a la
limusina con la que habitualmente se mueve por Madrid: le dio tiempo a ver que
desaparecía conducida por un individuo con una gorra de orejeras, y en su lugar
encontró una bicicleta vieja, réplica exacta de las que conducen para ir a su
trabajo algunos de los actuales beneficiarios del sistema político y social tan
celebrado por el mencionado gastrónomo, que se vio forzado a pedalear sobre
ella durante aproximadamente media hora, en el calor de julio de Madrid…
Acopio datos, recojo indicios dispersos que para
observadores menos atentos que yo (algunos dirán que menos paranoicos) son
meras circunstancias de la casualidad. ¿Es casual que el conocido novelista BB,
después de declarar en un curso de verano de la Universidad Complutense que
lamentaba no haber sufrido nunca una enfermedad grave, “porque con las
enfermedades es como mejor se hace la literatura”, es casual, digo, que minutos
más tarde notara un dolor en el pecho, y que se le diagnosticara, al día
siguiente, un cáncer de pulmón? Tres días más tarde recibió un nuevo
diagnóstico que anulaba al primero, pero junto a la firma del médico estaban
las iniciales “B.R.”, y podía verse, muy borrosa, una frase ya familiar a estas
alturas de mi informe: “Del dicho al hecho”.
Soy consciente de lo que me juego al redactar este
informe, y cada noche me desvelo repasando febrilmente declaraciones mías
antiguas, temiendo que en cualquier momento aparezca el conocido bólido
silencioso, y salgan de él los hombres de negro, con las gorras de visera corta
y orejeras redondas, con la temible determinación de volver reales las
palabras. Aprovecho estas páginas para solicitar a los lectores cualesquiera
datos, indicios o testimonios de actuaciones de la BR de las que hayan tenido
noticia. Tiemblo de miedo. No podré dormir esta noche, ni mañana. Acabo de
acordarme de que una vez declaré, cuando era más joven y vacuo, en una
entrevista que me hicieron, que lo más heroico para un escritor era morir de
cirrosis, como un poeta maldito, o estragado por la mala vida, el alcohol y las
drogas, como mi admirado Charlie Parker, del que precisamente escucho un disco,
para levantarme el ánimo, mientras redacto a toda velocidad estas notas.
(Continuará, tal vez).
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