Queta Navagómez
Aprovechas
que en este momento no le temes a su uno noventa de estatura, ni a su oficio de
luchador rudo y mucho menos a sus ciento cincuenta kilos de músculo. Te decides
a molestarlo. Le dices que se siente un cabrón perdonavidas, pero que a ti no
te apantalla. Para demostrárselo ¡le mientas la madre! No sabe qué decir… Eso
te envalentona y te vuelve un bravucón. Apenas puedes creer que estés retando a
“El Ciclón Enmascarado” sin importarte que acabe de llegar de Filipinas con el
Campeonato Mundial de Lucha Libre entre las manos… El Ciclón Enmascarado
reacciona: suelta una retahíla de palabrotas que te apabullan el oído.
Entonces, sin un mínimo temor, le gritas: ¡Cállate, pendejo, o te acomodo una
madriza! Y antes de que te suelte más bravatas, cuelgas la bocina del teléfono.
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