Queta Navagómez
Al
abrir el congelador, notó que las bolsas de plástico que contenían raciones de
salmón, merluza y filetes de pescado, estaban rotas y faltaban trozos de esa
carne. Sin hallar una explicación lógica, compró moldes cuadrados y herméticos
y en ellos metió los productos del mar. Los hurtos terminaron. A la semana se
dio cuenta de que los recipientes tenían huellas de arañazos. ¿Quién había
intentado abrirlos? Intrigado, cerró la puerta del congelador y minutos después
la abrió de improviso. Algo blancuzco, del tamaño de una uva, corrió a
esconderse. Con rapidez, hizo a un lado envases, buscando. En una esquina
encontró a una diminuta osa polar, con tres oseznos. Al verse descubierta, la
madre gruñó y lanzó zarpazos en defensa de sus hijos. Estaba flaquísima, al
igual que sus crías. Comprendiendo, tomó un filete y se lo ofreció. Ella fue
por la carne y le dio a sus hijos. Todos devoraron con ansiedad. Desde entonces,
deja trocitos de pescado en moldes sin tapa.
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