Arturo Ledrado
Cuando salió del bar
llovía copiosamente. Sonrió.
Al menos hoy al llegar a casa podrá anotar en su
diario dos hechos. El primero –a título informativo–, la sorpresiva lluvia
(ciertos meteoros dan mucho de sí: los reflejos sobre el asfalto mojado, el
ruido de los canalones, las carreras de los transeúntes en busca de un taxi, el
mendigo de la Plaza de Santa Ana cubierto con un plástico transparente). Nada
como la lluvia para exaltar la metáfora.
La segunda anotación, escueta por supuesto,
requerirá para su redacción un tacto especial y no más de cinco o seis
palabras. Los detalles habrán de recuperarlos otros. A él le basta con marcar
el suceso: “Esta tarde he asesinado a Laura”.
Después, una cena ligera y un libro.
Sonrió mientras bajaba muy despacio la escalera
del aparcamiento.
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