Queta Navagómez
Tarantarán,
tarán, tarán… se alejaron las bastoneras de armónicas curvas, sostén y
calzoncito color turquesa. Ceremonioso, el presentador salió a la pista:
–¡Y ahora con ustedes: Druck, el fabuloso tragaespadas!
–anunció.
Al ritmo de un tambor, Druck saludó con
caravana y fue hacia su asistente. Ésta le dio una larga espada. Probaron el
filo en un ramo de rosas que él se apresuró a segar. Luego, de frente al
público, levantó el brazo armado, separó las piernas, flexionó rodillas, miró
hacia arriba y abrió la boca.
–Vean, señoras y señores, cómo la punta de
la espada rebasa la lengua y va hacia la garganta. Imagínense que pasa
cosquilleando las glándulas parótidas y se interna en la faringe en busca del
esófago. Ahora libra la válvula cardias y llega al estómago… Hoy Druck comió
sopa de mariscos y la menea con la espada para que la digestión sea buena.
¡Aquí no hay truco! ¡Druck ha demostrado que es capaz de comer alambres de
púas! ¡Un rabioso aplauso para quien así arriesga la vida! –solicitó el
presentador.
Ya en su camerino, al tragaespadas, la
alusión a crustáceos y moluscos le provocó antojo. Pidió a su asistente que
saliera a conseguirle una sopa de mariscos grande.
La comía con placer cuando se tocó el
cuello, luego el pecho y se desplomó, muerto.
La autopsia reveló que el paro
respiratorio lo había provocado una espinita de pescado, atorada en su
garganta.
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