Alejandra Pizarnik
Voces
desde la nada a ti confluyen. En un bodegón de la calle del Ángel, exaltación y
lirismo, los ojos resplandeciendo en mi cara, ya no azules, ya no verdes:
carbunclos mágicos, sí. Palabras desde la nada confluían a mi lengua. Yo
contaba. ¿Que contaba? Le contaba. Me le estaba contándome –mitad imagen,
cálculo y palabra– para que dijera sí, para que me amara. Para que me amara
confluían palabras desde la nada (transmigración a mi lengua de la de un
célebre semántico, un filólogo ahogado en mi garganta, buceando en mi memoria
el alma de un lingüista). Hablando exaltadamente. Mintiendo exaltadamudamente.
Mentando mentiras. Magnificando con mis labios para que se disolviera su no en
mi saliva. Su mirada me dibujaba en sus pupilas: allí me vi, donante fabulosa,
allí vi mis ojos que miraban los más mínimos gestos de un amor que nacía, sol
en su cara brillando sólo para mí que lo había creado. Allí vi mis ojos mirando
su cara salir del polvo, animarse, se levantaron sus ojos, se echaron a andar,
mi voz filtro mágico levantó un cadáver, iluminaba un sexo. Y que sintiera
llamar allí, y que nos fuéramos a mi cuarto su sexo muriéndose mil veces. Nos
enterraríamos en la noche o saldríamos de la noche (oh infinitas inenarrables
posturas). Voces desde la nada confluían a mi lengua. Esa noche hablé hasta
crear un fuego.
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