Hipólito G. Navarro
En
el campo amanece siempre mucho más temprano.
Eso lo saben bien los mirlos.
Pero tiene que pasar un buen rato desde que surge
la primera luz hasta que aparece definitivamente el sol. Manda siempre el astro
en avanzadilla una difusa claridad para que vaya explorando el terreno palmo a
palmo, para que le informe antes de posibles sobresaltos o altercados. Luego,
cuando ya tiene constancia de que todo está en orden, tal como quedó en la
tarde previa, se atreve por fin a salir. Su buen trabajo le cuesta después
recoger toda la claridad que derramó primero. Por eso se ve obligado a subir
tan alto antes de caer, para que le dé tiempo a absorber toda esa luz y no
dejar ninguna descarriada cuando se vuelva a hundir por el oeste.
Luego en el campo, paradójicamente, se hace de
noche también muy pronto.
Los mirlos apagan sus picos naranjas y se confunden
con el paisaje.
Y agradecido yo, me descuelgo y salgo.
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