jueves, 19 de septiembre de 2024

No fue nada más que un sueño

Andrea Milla

 

–Cada vez que te miro… siento ganas de morderte.

–Wow! That’s what I call love!

Ellie sonrió coqueta mientras hundía la cara en el pecho de Noah. Sentía el olor de su transpiración mezclado con la hierba donde habían estado abrazados hacía un momento. No había nada en el mundo que se comparara a ese aroma. Olía a aventura, a transgresión, a su madre gritándole que no se subiera a los árboles porque arruinaría su vestido.

Noah sabía muy bien lo que significaba estar con Ellie. El tiempo que pasaban juntos era un espacio en blanco y sin límites. Un lugar sin sonidos ni texturas. Un mundo que se iba configurando con las palabras y los silencios de cada conversación. Un mundo que dejaba de existir cuando se separaban.

–¿Sabes que eres la persona cobarde más valiente que conozco? –Noah le susurró al oído a Ellie.

–Veo que estamos en la hora de los cumplidos –dijo Ellie levantando la cabeza.

–Tú empezaste con el amor violento, quisiera recordarte…

Ellie y Noah, tendidos en la hierba, cubiertos de libros y restos de manzanas.

¿Podemos quedarnos aquí para siempre? ¿En esta casa blanca con persianas azules, con el atardecer en el lago y los pájaros volando en el horizonte? –dijo de repente Ellie, mirando intensamente a Noah a los ojos–. ¿Por qué tenemos que volver al mundo donde hay humo y ruidos, y la gente corre porque necesita dinero para tener cosas que no puede disfrutar porque anda corriendo para para tener dinero?

–Irony it’s a bitch! –sentenció el muchacho.

Noah se rio con los ojos. Esos ojos grandes y azules que hipnotizaban a Ellie. La muchacha se acercó lentamente, como saboreando el espacio entre ambos, devorando los milisegundos que pasarían hasta rozar sus labios, hasta que su lengua chocara con sus dientes blancos, hasta que sintiera la humedad de su boca con aliento a manzana.

De pronto, y antes de que pudiera besarlo, todo el mundo se volvió negro. Ellie se sintió cayendo en un vacío. De un manotazo se sacó las gafas de RV y con un gesto de frustración tomó el escritorio de madera con ambas manos.

–Mamá, ¿qué mierda pasó?

–¡A mí no me digas nada, Antonia! Tu hermano anda jodiendo con un taladro… –se escuchó desde el primer piso–. Me jodiste la novela justo cuando se iba a saber de quién es el niño de Angélica María, es la única cosa que disfruto en todo el puto día –se quejó la madre.

–¡Dile que vuelva a dar la luz! –gritó impaciente la chica desde el segundo piso.

–¡En eso estoy! ¡Calma, por favor! ¿Andan con la regla el par de feminazis?

–¡Mira, cabro de mierda! Encima que me jodes la telenovela de la noche…

Antonia/Ellie se tapó los oídos. Sabía demasiado bien hacia dónde iban esas discusiones. Tomó su laptop con las dos manos e imprimió un suave beso en la pantalla.

Noah… dijo en un suspiro.

Esa noche no volvería la energía eléctrica a la casa en Peñalolén, Santiago de Chile.

 

Nigel/Noah se quedó mirando quieto el espacio de oscuridad que se abría ante sus ojos. Una sonrisa congelada en el tiempo adornaba su cara pecosa. Con un suspiro se sacó las gafas de RV. Miró la hora. Un reloj del Doctor Who, regalo de Navidad de su abuelo paterno, le mostraba que eran más de las cuatro de la madrugada. Podía adivinar la luz del amanecer, asomándose desde la buhardilla de su casa de ladrillos rojos, en la ciudad de Londres, Inglaterra.

Consideró que ya no valía la pena acostarse a dormir. Se levantó sin prisa del sillón, donde había pasado las últimas cuatro horas. Se estiró cuan largo y delgado era. Por fin decidió no ir al baño para no perturbar la última hora de sueño de su madre, así que se dedicó a mirar por la ventana, mientras orinaba sobre las hortensias de su abuela.

Recordó la primera vez que había visto a Antonia/Ellie en el Metaverso, en la legendaria convención “Trekkies vs Star Wars Fans”, realizada en el verano del año anterior. El evento había pasado a la historia por terminar en una batahola descomunal de golpes virtuales e insultos en todos los idiomas del mundo, además del klingon.

Recordó que daba vueltas por la sala llena de avatares, un poco aburrido. Cuando estaba a punto de desconectarse, escuchó claramente la voz de una chica entre la multitud.

–¡Qué cresta te pasa, weón! ¿Cómo vai a comparar a Data con C3PO?

La musicalidad del insulto y la conjugación del verbo “ir” le resultaron familiares. Su madre, chilena de nacimiento, a menudo separa las peleas entre él y su hermano menor con un “¿Pero qué cresta pasa acá?”

–Hola, me llamo Nigel. ¿Vienes de Chile?

El avatar de la chica con una skin de Ahsoka retrocedió un par de pasos y lo miró extrañada.

Hola… En realidad, no me gusta hablar de lo que soy afuera. Espérate, ¿se puede hablar sobre lo de allá afuera? Nunca leí los términos y condiciones”.

–¿Y quién lo hace?

Los dos se miraron con un gesto cómplice.

–Oye… ¿cómo es que hablas tan bien el español “chileno”? No me digas que eres mi primo Pancho de Valdivia, porque me mato…

–No, no soy tu primo Pancho de Valdiviarespondió riendo Nigel. A menos que quieras que sea tu primo Pancho de Valdiviaterminó diciendo, levantando una ceja.

–Por favor, no te pongas creepy.

Como el primo Pancho de Valdivia dijeron al unísono, seguido de un ataque de risa.

Ya, pero, bueno, dime, ¿cómo es que hablas tan bien el “chileno”?

–Mi mamá… ella es chilena. Nació en Valparaíso.

–¡Ah, dale!

Nigel y Antonia se miraron largo rato, inspeccionándose el uno al otro.

–¿Te parece que nos salgamos de aquí? –preguntó Antonia, tragando saliva.

Me parece una excelente idea. Vámonos antes que Obi-Wan le corte la cabeza al capitán Kirk.

–En todo caso, yo estoy por Obi-Wan.

–“¡Hello there!”. Es la única opción cuerda. En todo caso… ¿cómo te llamas?

–Ellie –respondió Antonia.

 

TE-S5, el androide de color azul celeste, entró precipitadamente, encendiendo a su paso todas las luces de la habitación donde LE-W15 tipeaba, veloz y concentrado, frente a una consola iluminada.

–No qué estás haciendo, LE-W15, pero deja de hacerlo ahora mismo –dijo con una voz calmada, que contrastaba con la velocidad con que había entrado a la habitación.

LE-W15 levantó la vista del teclado e inclinó la cabeza hacia la derecha, como queriendo comprender.

¿Qué ocurre, TE-S5? Noto cierta urgencia en tu petición.

–Cuatro unidades acaban de desconectarse. ¿Qué estabas programando?

El aire fresco de la mañana y el dulce trino de un pajarito azul entraron por la ventana abierta. Los primeros rayos del sol, apareciendo por la cordillera, terminaron por despertar a Antonia que se había quedado dormida sobre su laptop, esperando volver a conectarse con Nigel. Aún medio dormida, pudo escuchar a su madre cantando mientras hacía el desayuno, y luego el gentil rasguño de su gata Manchitas en la puerta de su habitación.

–Estaba tratando de describir una escena más idílica, pastoral, introducir la presencia de algunos animales, tal vez. A las unidades les encantaba interactuar con animales menores. De hecho, los tenían en sus casas y muchas veces actuaban como sustitutos de sus propias crías.

–Se calcula que, para la tercera década del siglo XXI, había más veterinarios que pediatras en los países de la Confederación Sur –una voz distinta a la de LE-W15 salía de su sistema de sonido.

–Esa es la información que tengo –habló de nuevo con su voz.

–Bueno, eso no importa mucho ahora. ¿Interacción con animales? ¿Sólo eso estabas programando?

–Sí, sólo eso.

LE-W15 empezó a manipular el teclado luminoso de su computadora, buscando una carpeta que contenía diversas imágenes y videos. Cuando la encontró, le hizo un gesto a TE-S5 para que se acercara.

–Encontré muchas referencias en video que mostraban unidades cantando con aves, siendo despertadas y/o vestidas por aves. Al parecer, las habían domesticado para que los ayudaran en sus rutinas de higiene personal. Hay un ratón que aparece, recurrentemente, en los videos. En fin, por eso me pareció adecuado incluirlas.

–Entiendo la lógica de tu decisión. Debo informarte, sin embargo, que los resultados son negativos. Las unidades no están respondiendo bien a este segmento del nuevo contenido. Lo que es una lástima, porque los índices de productividad, a partir de este material, estaban ligeramente al alza.

–¡Es difícil programar para estas unidades! –dijo LE-W15 en un tono que se parecía mucho a un reclamo.

–Así es. ¿Recuerdas cuando intentaste cambiar el final de una historia donde dos unidades jóvenes en una relación sentimental se desconectan debido a la oposición de sus unidades mayores? Sufrimos quinientas bajas en un ciclo.

–Lo recuerdo perfectamente… Shakespeare, me indica mi memoria interna. Al parecer no les gustó la idea de que las unidades cumplieran su ciclo energético juntos. Todavía lo estoy analizando. Necesito más datos.

LE-W15, un androide alto y robusto, de color gris, se levantó de su consola-escritorio y se acercó al gran ventanal que cubría un costado de la amplia habitación donde estaban. Desde ahí podía observar, con sus ojos grandes y azules, la profundidad del espacio, las estrellas y los planetas brillando en la distancia infinita. También se podía ver la cola de la nave que en ese momento estaba extendida como un abanico de delgadas plumas de cobre, tratando de absorber la energía de una estrella lejana.

Iniciamos este viaje hace mucho tiempo y todavía nos queda un largo camino por recorrer, TE-S5. ¿Tú crees que lo lograremos? Hemos perdido miles de unidades y nuestros requerimientos energéticos siguen incrementándose.

–Confío en tus habilidades de programador, LE-W15. Tu conocimiento de la psicología y la historia de las unidades te permitirán crear una historia que les parezca verosímil, que les resulte familiar. Eso hará que quieran ser parte de esa historia y se mantendrán conectados.

LE-W15 y TE-S5 se tomaron de las manos y unieron sus frentes en un zumbido electrónico que los hizo relucir, como la cola de un cometa.

Mientras, en las entrañas de la nave, veintiún mil quinientos sesenta y ocho seres humanos yacían en pequeños compartimentos, como tumbas en un mausoleo, conectados a un complejo sistema informático que estimulaba sus redes neuronales, mientras flotaban en un espeso líquido que los mantenía con vida.

En la soledad del espacio, eran la audiencia cautiva de un escritor novato que estaba escribiendo la historia que les salvaría la vida.

 

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