AbuCar
–¡Atrapen a ese perro! –gritaban desesperados los empleados del zoológico.
Se deslizaban en sus aeronetas, pero el can huía, zigzagueante, entre los postes del magnífico bosque inteligente.
Los persecutores eran muy ágiles sorteando obstáculos, cuando de perseguir personas
se trataba, pero nunca habían perseguido a un cuadrúpedo que se les desaparecía
tan fácilmente y que no podían localizar a distancia porque carecía de chip identificador.
Fue una carrera larga. El animal, tras
horas de huir, comenzaba a perder fuerza, con lo que aminoraba la velocidad. Había
momentos en los que sus patas se doblaban y lo hacían trastabillar, mientras
que sus persecutores, llevados por sus patinetas, solamente debían mantener el
equilibrio, lo que les daba un nivel de evidente ventaja.
Cuando finalmente lograron rodearlo y
bloquearle cualquier punto de escape, vieron que traía en el hocico una especie
de pelota roja, mordisqueada.
–¡Es una manzana!
–¡Imposible! Hace
cincuenta años se eliminaron todos los árboles naturales del planeta por su
excesivo requerimiento de agua.
–Todos sabemos bien que hace ya ciento cincuenta años se creó el Plan Urgente de Oxigenación (PUO).
–Cierto.
Fue en el año 2100
cuando se comenzó la sustitución de bosques y selvas naturales, que se
reemplazaron con los árboles eliminadores de CO2.
–Me cuesta trabajo imaginar que, en esos
tiempos, los bosques y selvas eran oscuros por la noche. Resulta tan romántico
el reflejo de la luz de la luna cuando hace contacto con la superficie de las
brillantes hojas de los árboles inteligentes, que nos invita a soñar
despiertos.
–¡Qué
osadía! Tener un manzano es un grave delito porque atenta contra la provisión
de agua del Consorcio de Naciones.
–Afortunadamente,
ya se emitió una Alerta Roja para localizar dónde hay un manzano.
Se hicieron recorridos de inspección,
primero en las cercanías del zoológico, para después ampliar el círculo.
Peinaron todas las calles, con drones sobrevolaron las edificaciones para
detectar el lugar en el que se tenía escondido un árbol de manzanas, y el
resultado seguía siendo nulo.
Adán
Nandino, viejo investigador que dirigía al grupo de detectives encargados de
localizar el sitio del delito, era un hombre de unos diez lustros, con una
tremenda calvicie que compensaba con un frondoso y cano bigote. Nandino era
callado y un tanto hosco. Cuando tomaba un caso, se asemejaba al perro con la
manzana en el hocico y así se hacía cargo de la investigación. Sus dotes
analíticas eran famosas: primero recopilaba, a través de sus detectives, todos
los elementos del caso; después los ponía en un cuadro sinóptico e iba
descuartizando uno a uno los datos.
Tras una semana de estudio profundo, el
jefe Nandino pidió que le llevaran al prófugo de la manzana, anunció que se iba
con él a su casa y así lo hizo. Todos los días lo llevaba a caminar por
diferentes zonas de la ciudad. Durante los paseos lo acariciaba, le daba
galletas de premio y se ganó la confianza del perrito, al que nombró Manzano.
Su dedicación tuvo éxito. Durante uno de
los paseos, una mujer, cuya belleza nacida del encanto de la madurez impactó a
Nandino, se emocionó cuando encontró al perrito, lo acarició y le dijo:
–Veo que tu humano, a veces, te deja ir
solo de paseo y es entonces cuando me visitas.
En seguida, sonrió al caballero que
llevaba la correa y le dijo:
–Mucho gusto, soy Eva Velarde y me alegra
conocer al dueño de mi amigo peludo.
Adán, analítico como era, supuso que había
una conexión entre Eva y el manzano. Durante semanas la cortejó y ella, que
vivía tan sola, cedió ante las galanterías.
Para desgracia de Eva, Adán aceptó una
invitación para ir a su casa a cenar. Las visitas se multiplicaron. Con el tiempo,
empezaron las confesiones. Un buen día, ella quiso darle una prueba de
confianza, revelándole el secreto de la existencia de un manzano, plantado en
el sótano de su casa.
No hay comentarios:
Publicar un comentario