Julio Cortázar
En el restaurante de
los cronopios pasan estas cosas, a saber, que un fama pide con gran
concentración un bife con papas fritas, y se queda de una pieza cuando el
cronopio camarero le pregunta cuántas papas fritas quiere.
–¿Cómo
cuántas? –vocifera el fama–. ¡Usted me trae papas fritas y se acabó, qué joder!
–Es
que aquí las servimos de a siete, treinta y dos, o noventa y ocho –explica el
cronopio.
El
fama medita un momento, y el resultado de su meditación consiste en decirle al
cronopio:
–Vea,
mi amigo, váyase al carajo.
Para
inmensa sorpresa del fama, el cronopio obedece instantáneamente, es decir que
desaparece como si se lo hubiera bebido el viento. Por supuesto el fama no
llegará a saber jamás dónde queda el tal carajo, y el cronopio probablemente
tampoco, pero en todo caso el almuerzo dista de ser un éxito.
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