Juan Gracia Armendáriz
El día había sido
intenso: asaltó el campamento enemigo, y a pesar de que el balazo en el hombro
le ardía como una moneda candente, cumplió con éxito la misión que sus
superiores le encomendaran. Aquella misma mañana fue condecorado por su valor.
A media tarde lanzó un conjuro a la vecina del quinto transformándola en un
horrible gusarapo. Luego, ya atardeciendo, inventó el fuego en el zaguán, luchó
con las panteras que duermen en la espesura del parque y ahuyentó peligrosas
aves. Ya de regreso a casa, volvió a descubrir la familiar caricia del agua, y
la sombra que inverna en el espejo le habló de la noche y de los seres que
guardarían su sueño.
Oscurecía
cuando el niño, agotado, se acurrucó bajo las mantas.
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