viernes, 31 de mayo de 2024

El antropólogo

Fernando Iwasaki

 

Aquel hombre hacía muchas preguntas. Se interesaba por nuestras fiestas, por quién era pariente de quién y hasta por las historias que les contábamos a nuestros hijos para dormirlos. Somos un pueblo hospitalario y por eso le invitamos a todos los bautizos, matrimonios y entierros, adonde iba siempre con su libreta, su grabadora y sus anteojitos redondos. Un día supimos que había conversado con los más ancianos y que les había puesto nerviosos con unas historias de sacrificios y ritos sangrientos. Más tarde fue lo de la procesión y cómo se emperró en aquello de los calendarios solares y las diosas prohibidas. Pero cuando empezó a meterle sus ideas a los más pequeños estuvo a punto de arruinar la romería. Nosotros respetamos las costumbres de todo el mundo y sólo deseamos conservar las nuestras. No es fácil con tantas modernidades como hay ahora. Los niños fueron cantando hasta el altar según lo establecido, coronados de flores y vestidos de blanco. En cambio, el antropólogo incordió hasta el final. Las diosas no le habían elegido y para colmo estaba circuncidado. Pero mejor así, porque sabía demasiado. Sus entrañas eran impuras.

 

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