Enrique Anderson Imbert
Orfeo recordó lo que los reyes de la Muerte le
habían prevenido: “Podrás llevarte, resucitada, a Eurídice; vete, y Eurídice te
seguirá: pero cuando salgas de este subterráneo de sombras no debes mirar hacia
atrás; si lo haces, perderás para siempre a Eurídice”.
Entonces Orfeo,
comprendiendo que de nada le serviría porque él, por naturaleza, no estaba
hecho para amar a ninguna mujer, tomó la delantera y por encima del hombro miró
a Eurídice.
Desde el fondo
del infierno oyó, como en un lejano eco, la voz de la dos veces muerta
Eurídice. Y ese “adiós” sonó con todo el desprecio de una mujer muy mujer a un
hombre poco hombre.
No hay comentarios:
Publicar un comentario