Julio Cortázar
Si yo fuera cineasta me dedicaría a cazar crepúsculos. Todo lo tengo
estudiado menos el capital necesario para la safari, porque un crepúsculo no se
deja cazar así nomás, quiero decir que a veces empieza poquita cosa y justo
cuando se lo abandona le salen todas las plumas, o inversamente es un
despilfarro cromático y de golpe se nos queda como un loro enjabonado, y en los
dos casos se supone una cámara con buena película de color, gastos de viaje y
pernoctaciones previas, vigilancia del cielo y elección del horizonte más propicio,
cosas nada baratas. De todas maneras creo que si fuera cineasta me las
arreglaría para cazar crepúsculos, en realidad un solo crepúsculo, pero para
llegar al crepúsculo definitivo tendría que filmar cuarenta o cincuenta, porque
si fuera cineasta tendría las mismas exigencias que con la palabra, las mujeres
o la geopolítica.
No es así y me consuelo imaginando el crepúsculo ya
cazado, durmiendo en su larguísima espiral enlatada. Mi plan: no solamente la
caza, sino la restitución del crepúsculo a mis semejantes que poco saben de
ellos, quiero decir la gente de la ciudad que ve ponerse el sol, si lo ve,
detrás del edificio de correos, de los departamentos de enfrente o en un
subhorizonte de antenas de televisión y faroles de alumbrado. La película sería
muda, o con una banda sonora que registrara solamente los sonidos
contemporáneos del crepúsculo filmado, probablemente algún ladrido de perro o
zumbidos de moscardones, con suerte una campanita de oveja o un golpe de ola si
el crepúsculo fuera marino.
Por experiencia y reloj pulsera sé que un buen crepúsculo
no va más allá de veinte minutos entre el climax y el anticlimax, dos cosas que
eliminaría para dejar tan sólo su lento juego interno, su calidoscopio de
imperceptibles mutaciones; se tendría así una película de esas que llaman
documentales y que se pasan antes de Brigitte Bardot mientras la gente se va
acomodando y mira la pantalla como si todavía estuviera en el ómnibus o en el
subte. Mi película tendría una leyenda impresa (acaso una voz off) dentro
de estas líneas: “Lo que va a verse es el crepúsculo del 7 de junio de 1976,
filmado en X con película M y con cámara fija, sin interrupción durante Z
minutos. El público queda informado de que fuera del crepúsculo no sucede
absolutamente nada, por lo cual se le aconseja proceder como si estuviera en su
casa y hacer lo que se le dé la santa gana; por ejemplo, mirar el crepúsculo,
darle la espalda, hablar con los demás, pasearse, etc. Lamentamos no poder sugerirle
que fume, cosa siempre tan hermosa a la hora del crepúsculo, pero las
condiciones medievales de las salas cinematográficas requieren, como se sabe,
la prohibición de este excelente hábito. En cambio no está vedado tomarse un
buen trago del frasquito de bolsillo que el distribuidor de la película vende
en el foyer”.
Imposible predecir el destino de mi película; la gente va
al cine para olvidarse de sí misma, y un crepúsculo tiende precisamente a lo
contrario, es la hora en que acaso nos vemos un poco más al desnudo, a mí en
todo caso me pasa, y es penoso y útil; tal vez que otros también aprovechen,
nunca se sabe.
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