Oscar Wilde
Había una vez un imán y
en el vecindario vivían unas limaduras de acero. Un día, a dos limaduras se les
ocurrió bruscamente visitar al imán y empezaron a hablar de lo agradable que
sería esta visita. Otras limaduras cercanas sorprendieron la conversación y las
embargó el mismo deseo. Se agregaron otras y al fin todas las limaduras
empezaron a discutir el asunto y gradualmente el vago deseo se transformó en
impulso. ¿Por qué no ir hoy?, dijeron algunas, pero otras opinaron que sería
mejor esperar hasta el día siguiente. Mientras tanto, sin advertirlo, habían
ido acercándose al imán, que estaba muy tranquilo, como si no se diera cuenta
de nada. Así prosiguieron discutiendo, siempre acercándose al imán, y cuanto
más hablaban, más fuerte era el impulso, hasta que las más impacientes
declararon que irían ese mismo día, hicieran lo que hicieran las otras. Se oyó
decir a algunas que su deber era visitar al imán y que hacía ya tiempo que le
debían esa visita. Mientras hablaban, seguían inconscientemente acercándose.
Al
fin prevalecieron las impacientes, y en un impulso irresistible la comunidad
entera gritó:
–Inútil
esperar. Iremos hoy. Iremos ahora. Iremos en el acto.
La
masa unánime se precipitó y quedó pegada al imán por todos lados. El imán
sonrió, porque las limaduras de acero estaban convencidas de que su visita era
voluntaria.
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