Óscar Gabriel Campos
El dolor en las muñecas
se alivió un poco al llegar al predio. Con el último empujón quedaste a unos
centímetros de un muro lleno de agujeros y manchas de humedad. Te dejaron solo
y te preguntaste por primera vez si la promesa era otra de tantas bromas crueles
de tus captores.
Giraste para enfrentar a cinco hombres, ocupados
en espantar el sueño matinal. Encontraste a la derecha la mirada del sargento y
atrás de él a un joven soldado que llevaba en las manos un paquete. Al verlo te
sentiste tranquilo. Cumplirían.
Un grito del sargento te obligó a mirarlo. Al ver
que no respondías, vociferó de nuevo. Asentiste. El joven se arrodilló para
desatar el cordón que aseguraba el paquete, liberando una docena de claveles
rojos. Tomó cinco y los colocó en sendos cañones de los fusiles que portaban
los hombres frente a ti.
Sentiste un poco de miedo cuando el sargento dio
las tres órdenes pero no permitiste que se difuminara tu última visión: una
explosiva nube gris y roja.
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