José María Merino
El profesor Souto, gracias a ciertos documentos
procedentes del alcaná de Toledo, acaba de descubrir que el último capítulo de
la Segunda Parte de El Quijote –“De cómo Don Quijote cayó malo, y del
testamento que hizo y su muerte”– es una interpolación con la que un clérigo,
por darle ejemplaridad a la novela, sustituyó buena parte del texto primitivo y
su verdadero final. Pues hubo una cuarta salida del ingenioso hidalgo y
caballero, en ella encontró al mago que enredaba sus asuntos, un antiguo
soldado manco al que ayudaba un morisco instruido, y consiguió derrotarlos.
Así, los molinos volvieron a ser gigantes, las ventas castillos y los rebaños
ejércitos, y él, tras incontables hazañas, casó con doña Dulcinea del Toboso y
fundó un linaje de caballeros andantes que hasta la fecha han ayudado a salvar
al mundo de los embaidores, follones, malandrines e hipedutas que siguen
pretendiendo imponernos su ominoso despotismo.
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