Manuel Capetillo
Fue por los pasillos
obscuros de esa concavidad, en la que él provisionalmente vivía. Tomó con la
mano derecha una curvatura desconocida y sensible, persistiendo mientras una
exclamación, ahogada por el intolerable dolor que alguien sentía en torno suyo,
temblorosa esa mano, y así también su cuerpo, enteramente. La cabeza flotaba,
modificando su forma, y el delgadísimo conjunto de huesos, y de nervios y
músculos, siendo cada parte, sobre todo, agua, y también flotaba el agua misma
y sola que lo constituía, todo él flotando en ese mar estrecho y abundoso que
semejaba una abultada gota de líquido, dentro de la cual supo crecer y
estirarse largamente, cuanto pudo. Volvió a mirar, tras esa sensación, y en su
mano estaba una cierta materia, similar a la carnosidad espumosa de las
esponjas marinas, ni de metal ni de madera ni de nada, excepto de carnosidad
humana confundida, que más se confundía, eso sí, con la puerta cerrada que se
abría a la luz. Se detuvo dentro, y él mismo clausuró la abertura momentáneamente,
deslizándose a la comodidad obscura, a fin de reflexionar con sensatez antes de
tomar decisiones respecto a las que, más tarde, debiera arrepentirse.
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