Julio Cortázar
Mi tocayo Casares no terminará jamás de asombrarme. Dado lo que sigue, me disponía
a titular Poligrafía este capítulo, pero un instinto como de perro me
llevó a la página 840 del pterodáctilo ideológico, y ahí zas: Por un lado un
polígrafo es, en segunda acepción, “el escritor que trata de materias
diferentes”, pero en cambio la poligrafía es exclusivamente el arte de escribir
de modo que sólo pueda descifrar lo escrito quien previamente conozca la clave,
y también el arte de descifrar los escritos de esta clase. Con lo cual no se le
puede llamar “Poligrafía” a mi capítulo, que trata nada menos que del doctor
Samuel Johnson.
En 1756, a los cuarenta y siete años de edad y según los
datos del empecinado Boswell, el doctor Johnson empezó a colaborar en The
Literary Magazine, or Universal Review. A lo largo de quince números
mensuales se publicaron de él los ensayos siguientes: “Introducción a la
situación política de Gran Bretaña”, “Observaciones sobre la ley de las milicias”,
“Observaciones sobre los tratados de su Majestad Británica con la Emperatriz de
Rusia y el Landgrave de Hesse Cassel”, “Observaciones sobre la situación actual”,
y “Memorias de Federico III, rey de Prusia”. En ese mismo año y los tres
primeros meses de 1757, Johnson reseñó los libros siguientes:
Historia de la Royal Society, de Birch.
Diario de la Gray's-Inn, de Murphy.
Ensayo sobre las obras y el genio de Pope, de Warton.
Traducción de Polibio, de Hampton.
Memorias de la corte de Augusto, de Blackwell.
Historia natural de Aleppo, de Russel.
Argumentos de Sir Isaac Newton para probar la existencia
de la divinidad.
Historia de las islas de Scilly, de Borlase.
Los experimentos de blanqueo de Holmes.
Moral cristiana, de Browne.
Destilación del agua del mar, ventiladores en los barcos
y corrección del mal gusto de la leche, de Hales.
Ensayo sobre las aguas, de Lucas.
Catálogo de los obispos escoceses, de Keith.
Historia de Jamaica, de Browne.
Actas de filosofía, volumen XLIX.
Traducción de las memorias de Sully, de Mrs. Lennox.
Misceláneas, de Elizabeth Harrison.
Mapa e informe sobre las colonias de América, de Evans.
Carta sobre el caso del almirante Byng.
Llamamiento al pueblo acerca del almirante Byng.
Viaje de ocho días, y ensayo sobre el té, de Hanway.
El cadete, tratado militar.
Otros detalles relativos al caso del almirante Byng, por
un caballero de Oxford.
Conducta del Ministerio con referencia a la guerra
actual, imparcialmente analizada.
Libre examen de la naturaleza y el origen del mal.
En poco más de un año, cinco ensayos y veinticinco
reseñas de un hombre cuyo defecto principal, según él mismo y sus críticos, era
la indolencia… El célebre Diccionario de Johnson fue completado en tres
años, y hay pruebas de que el autor trabajó prácticamente solo en esa
gigantesca labor. Garrick, el actor, celebra en un poema que Johnson “haya
vencido a cuarenta franceses”, alusión a los componentes de la Academia Francesa
que trabajaban corporativamente en el diccionario de su lengua.
Yo le tengo gran simpatía a los polígrafos que agitan en
todas direcciones la caña de pescar, pretextando al mismo tiempo estar medio
dormidos como el doctor Johnson, y que encuentran la manera de cumplir una
labor extenuante sobre temas tales como el té, la corrección del mal gusto de
la leche y la corte de Augusto, para no hablar de los obispos escoceses. Al fin
y al cabo es lo que estoy haciendo en este libro, pero la indolencia del doctor
Johnson me parece una furia de trabajo tan inconcebible que mis mejores
esfuerzos no pasan de vagos desperezamientos de siesta en una hamaca paraguaya.
Cuando pienso que hay novelistas argentinos que producen un libro cada diez
años, y en el intervalo convencen a periodistas y señoras de que están agotados
por su trabajo interior…
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