Julio Cortázar
Quizá los moluscos no sean neuróticos, pero de ahí para arriba no hay más
que mirar bien; por mi parte he visto gallinas neuróticas, gusanos neuróticos,
perros incalculablemente neuróticos; hay árboles y flores que la psiquiatría
del futuro tratará psicosomáticamente porque ya hoy sus formas y colores nos
resultan francamente morbosos. A nadie le extrañará entonces mi indiferencia
cuando a la hora de tomar una ducha me escuché mentalmente decir con visible
placer vindicativo: Now shut up, you distasteful Adbekunkus.
Mientras me jabonaba, la admonición se repitió
rítmicamente y sin el menor análisis consciente de mi parte, casi como formando
parte de la espuma del baño. Sólo al final, entre el agua colonia y la ropa
interior, me interesé en mí mismo y de ahí en Adbekunkus, a quien había
ordenado callar con tanta insistencia a lo largo de media hora. Me quedó una buena
noche de insomnio para interrogarme sobre esa leve manifestación neurótica, ese
brote inofensivo pero insistente que continuaba como una resistencia al sueño;
empecé a preguntarme dónde podía estar hablando y hablando ese Adbekunkus para
que algo en mí que lo escuchaba le exigiese perentoriamente y en inglés que se
callara.
Deseché la hipótesis fantástica, demasiado fácil: no
había nada ni nadie llamado Adbekunkus, dotado de facilidad elocutiva y
fastidiosa. Que se trataba de un nombre propio no lo dudé en ningún momento;
hay veces en que uno hasta ve la mayúscula de ciertos sonidos compuestos. Me sé
bastante dotado para la invención de palabras que parecen desprovistas de
sentido o que lo están hasta que yo lo infundo a mi manera, pero no creo haber
suscitado jamás un nombre tan desagradable, tan grotesco y tan rechazable como
el de Adbekunkus. Nombre de demonio inferior, de triste adlátere, uno de los
tantos que invocan los grimorios; nombre desagradable como su dueño: distasteful
Adbekunkus. Pero quedarse en el mero sentimiento no llevaba a ninguna
parte; tampoco, es verdad, el análisis analógico, los ecos mnemónicos, todos
los recursos asociativos. Terminé por aceptar que Adbekunkus no se vinculaba
con ningún elemento consciente; lo neurótico parecía precisamente estar en que
la frase exigía silencio a algo, a alguien que era un perfecto vacío. Cuántas
veces un nombre asomando desde una distracción cualquiera termina por suscitar
una imagen animal o humana; esta vez no, era necesario que Adbekunkus se callara,
pero no se callaría jamás porque jamás había hablado o gritado. ¿Cómo luchar contra
esa concreción de vacío? Me dormí un poco como él, hueco y ausente.
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