Julio Cortázar
El despertar de la señora de Cinamomo no es alegre, pues al meter los pies
en las pantuflas descubre que éstas se le han llenado de caracoles. Armada de
un martillo, la señora de Cinamomo procede a aplastar los caracoles, tras de lo
cual se ve precisada a tirar las pantuflas a la basura. Con tal intención baja
a la cocina y se pone a charlar con la mucama.
–La casa va a estar tan sola ahora que se fue la Ñata.
–Sí, señora –dice la mucama.
–Qué concurrida la estación, anoche. Todos los andenes
llenos de gente. La Ñata tan emocionada.
–Salen muchos trenes –dice la mucama.
–Eso, m’hijita. El ferrocarril llega a todos lados.
–Es el progreso –dice la mucama.
–Los horarios tan justos. El tren salía a las ocho y uno,
y salió nomás, eso que iba lleno.
–Le conviene –dice la mucama.
–Qué hermoso el compartimento que le tocó a la Ñata,
vieras. Todo con barras doradas.
–Sería en primera –dice la mucama.
–Una parte hacía como un balcón y era de material
plástico transparente.
–Qué cosa –dice la mucama.
–Iban solamente tres personas, todas con asiento
reservado, unas tarjetitas divinas. A la Ñata le tocó de ventanilla, del lado
de las barras doradas.
–No me diga –dice la mucama.
–Estaba tan contenta, podía asomarse al balcón y regar
las plantas.
–¿Había plantas? –dice la mucama.
–Las que crecen entre las vías. Se pide un vaso de agua y
se las riega. La Ñata en seguida pidió uno.
–¿Y se lo trajeron? –dice la mucama.
–No –dice tristemente la señora de Cinamomo, tirando a la
basura las pantuflas llenas de caracoles muertos.
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